Anterior: Sí creo en brujas II: “Doña Gloria”

Esto sucedió a principios de este siglo, mientras aún vivía en la casa de Doña Gloria. Por esa época buscábamos respuestas a los muchos interrogantes que nos planteaban los sucesos relacionados con este fantasma, así como otros que podíamos tachar de paranormales que pasaban en diferentes ámbitos de nuestra vida. Eso sin contar la influencia que tenía sobre mí la búsqueda de información sobre lo paranormal, la magia, etc.

También fue por esos días que en la casa apreció un guajiro que se dedicaba a la santería, brujería y demás… Era el mismo que más adelante diría cómo sacar la famosa guaca de Doña Gloria. Pero por ese momento se dedicaba más a hacernos “limpias”. Tal vez de las más asquerosas fue una tarde que nos hizo tomar unas “nueces llaneras” que nos provocaron vómitos y diarrea (al mismo tiempo). Claro está que después del proceso nos sentíamos “limpios y ligeros” como anunció el guajiro antes de la limpia; obviamente la ligereza estaba más asociada a la pérdida de peso y líquidos, que al trabajo espiritual del señor.

Personalmente era escéptico para con ese guajiro, pero como en la casa no mandaba yo, me tragaba mi opinión y participaba en los rituales del brujo. Lo que más me fastidiaba era la intención del señor de asustar. De rodear cualquier cosa que sucedía de miedo, buscando la forma de sacar más dinero, inventando cada vez nuevos “trabajos”. No entraré en detalles de todos los inventos del susodicho brujo, aunque sí era claro para mí que la intención del señor era sacar la mayor cantidad de dinero posible, sin fijarse en los posibles traumas y miedos que generaba en las personas a las que, supuestamente, trataba de ayudar, y que le creían ciegamente buscando solución a sus problemas emocionales, espirituales y materiales.

Un día yo estaba en clases en la universidad, cuando recibí la llamada de alguien de la casa de que el guajiro estaba ahí, listo para otra “función” de brujería para limpiarnos de malas energías, brujerías, amarres, maldiciones y… de nuestro dinero. Que a qué hora llegaba, ya que la intención era que yo también debía participar. También me hicieron la aclaración que esta vez el guajiro había llegado con un wayuu, y querían que yo lo conociera también.

De mala gana accedí y fui a la casa. Por el camino (que era largo, ya que la universidad quedaba fuera de Bogotá y tenía que tomar bus intermunicipal para regresar a la ciudad) pensaba en que la estafa ya debía parar. No me gustaba para nada la idea de que trajera un compinche para asustar aún más e inventar nuevos supuestos problemas y amenazas. Y como el camino era bastante largo, tuve tiempo suficiente para enfurecerme hasta el límite y llegar a la puerta de la casa literalmente echando chispas por la rabia.

Entré a la sala de la casa y lo primero que vi fue al guajiro y al wayuu dándome la espalda. Al frente estaba mi familia y se veía que estaban enfrascados en una conversación amena e interesante. Todos estaban de pie. El wayuu era alto (sobresalía sobre el promedio colombiano) y vestía con una túnica y pantalón blancos. Llevaba un sombrero y, colgada sobre su hombro, llevaba la típica mochila Susu.

Al entrar yo, la conversación se detuvo. Mi familia me vio inmediatamente y tanto el guajiro como el wayuu comenzaron a darse la vuelta para encararme. Y, apenas vi la cara del wayuu, ¡ocurrió!: la rabia y el odio que tenía desaparecieron como por arte de magia. Una sensación de amor infinito y alegría inconmensurable me invadió cuando lo vi. Dejé caer a un lado mi propia mochila y me lancé a saludarlo. Por su lado, el wayuu hizo lo mismo. Su cara se transformó de seria a una sonrisa de alegría de oreja a oreja. Sus ojos brillaron de emoción y también fue presto a mí encuentro. Nos abrazamos con ganas en la mitad de la sala, sin pronunciar palabra alguna, ante la mirada atónita de mi familia y del guajiro. Fue un abrazo fraternal y lleno de emoción.

Cuando nos separamos, el wayuu me dio un par de golpes amorosos sobre los hombros y le dijo algo al guajiro en su idioma. Mientras el wayuu hablaba, yo caía en cuenta de que acababa de abrazar con gran amor a una persona que ¡jamás en mi vida había conocido! Me había lanzado a abrazarlo, cual pareja de novios de una película romántica melosa de tercera categoría, después de una larga separación, algo que nunca me ha caracterizado, pues siempre he mantenido mi distancia y las expresiones de amor profundo me las reservo para la casa y en intimidad.

Una vez repuestos todos de ese anormal encuentro, el guajiro comenzó por presentar al wayuu. Su nombre era Francisco. Que él también era un chamán de generaciones y no hablaba el español, y que el guajiro lo había invitado a que diera su opinión sobre el “complicado caso” que venía manejando en nuestra casa. Tal vez quería sonar amenazador, pero después de lo ocurrido y ese mágico abrazo que se dio entre nosotros, no tuvo ese aplomo que solía tener.

- ¿Qué fue lo que dijo Francisco hace rato? – pregunté.

- Él dijo que en otra vida fueron hermanos.

- ¿Cómo?

- Sí. Así es – dijo el guajiro. – Fueron hermanos en una vida pasada y sus almas se reconocieron a través del tiempo.

No supe qué responder a esa afirmación. Simplemente quedé lelo. Las vidas pasadas y reencarnaciones no era un tema que había investigado, así que esto era nuevo para mí. No obstante, no podía negar que la magia y el reconocimiento habían sucedido y que me encontraba cómodo al lado de Francisco, un perfecto desconocido (cosa que no podía afirmar del guajiro).

Tanta emoción nos hizo olvidar de la sesión que tenía programado el guajiro para esa tarde. Terminamos simplemente hablando entre nosotros, comentando una y otra vez el re-encuentro (con el guajiro de traductor), pero sin profundizar en el tema, asumiéndolo de una forma demasiado natural, como si así debiera ser. Después de un rato, tanto el guajiro como Francisco se fueron.

No supe más de Francisco hasta pasadas un par de semanas. Un día, mientras estaba en casa, el teléfono sonó y fui quien descolgó el aparato (sí, en esa época aun los aparatos estaban fijos a la pared). Era Francisco. En un mal español y con un acento marcadísimo me dijo lo que yo ya sabía: el guajiro nos estaba engañando. Esa fue la última vez que hablé con Francisco.

Nuestro camino con el guajiro aun fue paralelo durante algún tiempo más, pero esa es otra historia.

Cada vez que recuerdo el momento en que las miradas de Francisco y mía se cruzaron y sentí esa energía electrizante y ese amor y tranquilidad tan profundos, no puedo sino pensar que nuestras energías, a través del tiempo, siempre se reconocen y reconocerán. Una madre y un hijo, un padre y un abuelo, un hermano y otro hermano. No sé si la reencarnación sea cierta o no, y este no es el quid de este artículo, pero lo que sí sé, es que por un segundo que me parecieron horas, sentí que esa magia y esa verdad eran innegables.

Mayo 26, 2022

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