Soy de los afortunados que puede ir caminando de la casa a la oficina todos los días. También aprovecho para almorzar en la casa y regresar después al trabajo. Lo único malo del asunto es que debo atravesar el cruce de dos de las principales avenidas en Bogotá. Claro está que, después de los años, este cruce me ha enseñado a ver el reflejo de la realidad de la ciudad, la sociedad e, incluso, el país mismo.

Los que están por encima de todo

Por ejemplo, hace poco, mientras caminaba a la casa, vi una aglomeración de carros en el cruce, sirenas de policía, motos policiales atravesadas en todos los costados, impidiendo el tráfico. Al principio pensé que hubo un accidente, frecuentes en ese cruce, pero estaba equivocado. Cuatro policías bloqueaban el tráfico vehicular, dejando habilitado únicamente un carril. No dejaban pasar a nadie. El semáforo alcanzó a cambiar un par de veces y los conductores de los carriles que intentaron pasar, quedaron atravesados, bloqueándose mutuamente el camino, ya que los policías no dejaban pasar a nadie. Después de un par de minutos interminables, apareció una caravana de vehículos (asumo que oficiales), yendo a gran velocidad, irrespetando semáforos, peatones, vehículos particulares y a todos los demás por igual. Los policías esperaron a que la caravana oficial pasara, se subieron a sus motos y se fueron sin más, dejando un atasco monumental en el cruce, sin siquiera preocuparse de organizar de alguna manera el tráfico.

Fiel reflejo de cómo los funcionarios públicos tratan a la gente: prima el interés de ellos y lo anteponen a los demás. Afectan el día a día de las personas, trastocan el orden de las cosas y las prioridades, causando más problemas de los que solucionan, dejando a la gente en más dificultades que antes. Acompañados por sus guardaespaldas intimidan a los demás, con o sin intención. La sociedad les importa un carajo. Y la fuerza pública que los acompaña es como un escudo para aislarlos de la sociedad y la realidad mundana, y al mismo tiempo sirve como un agente disuasorio en caso de que un plebeyo decida acercarse (a menos que sea época de elecciones).

El ciudadano del común

También es interesante observar a los peatones que, como yo, tratan de pasar de una calle a otra. El cruce está equipado con semáforos tanto para vehículos como para peatones. Muchas veces los peatones ignoran los semáforos y cruzan la calle. De esos siempre hay los siguientes tipos:

  1. El que espera a que el semáforo peatonal autorice el cruce. De esos hay pocos. Son una rareza extrema, podría asegurar. Pero sí existen. Esperan pacientemente (venga carro o no) para atravesar la calle. Son el ejemplo típico de los que respetan la ley y respetan las prioridades y necesidades de la sociedad en general.
  2. El que se asegura que no viene un carro. Se asegura de que ningún carro viene y cruza, sin importar si el semáforo está en verde o no. Es el típico ejemplo del trasgresor de la ley cuando “nadie está mirando”. El que de vez en cuando antepone sus necesidades para alguna acción, siempre y cuando no afecte la vida de otros.
  3. El que pasa sí o sí. Tristemente son la gran mayoría. No importa si el semáforo está en verde o no. No importa si vienen carros o no. Este peatón, si ve un “hueco”, se lanza a la buena de Dios. En más de una ocasión he visto a estos peatones atropellados por vehículos que ellos no veían por lanzarse frente al bus o por una moto que adelantaba por la derecha. A este peatón le importa un carajo si arriesga su vida y la vida de los demás. Sus necesidades están por encima de la sociedad. Los que le rodean en la calle le importan una mierda, a menos de que ÉL / ELLA tenga necesidad de ellos. En ese momento su actitud cambia, buscando el beneficio personal. Son los que trasgreden la ley cada vez que pueden. Y lo triste es que cuando la ley los agarra con las manos en la masa, gritan voz en cuello: “¡Dios mío! ¿Por qué si yo que soy tan bueno?

Este último es el más peligroso por el efecto de manada que ocasiona. Cuando se lanza, los del punto dos y uno, a modo inconsciente lo siguen. Y a veces, sin querer, provocan accidentes o terminan siendo parte de uno. El mal ejemplo es contagioso, dicen, y con este tipo de personas ello es evidente.

El distraído o inmerso en su ego universal

Estos son fáciles de detectar. Ya sea peatones, ya sea en un vehículo, son los que parecen no darse cuenta de que existe un mundo a su alrededor. No ven los cambios de semáforo, que vienen en contravía, que afectan a los demás. Simplemente los demás NO existen para ellos. Inmersos en su mundo, en su realidad, se sorprenden cuando la realidad los golpea (literal o metafóricamente).

Así como van por la calle, van por la vida. No se dan cuenta de la infinidad de existencias que se cruzan por su camino. El mundo no existe para ellos y no les importa. Tan sólo se dan cuenta de la existencia de la sociedad y del prójimo, cuando su microcosmos universal entra en directa dependencia del mundo exterior. Solo ahí se dignan a “ingresar” al mundo real para conceder un par de frases despectivas (para nosotros), pero desde su punto de vista: comprensivas. Y cuando el país los necesita, ellos no están. No porqué el país no les interese, no; sino que están tan inmersos en ese universo personal, en esa rutina cotidiana, que simplemente no se dan cuenta lo importantes que son o pueden llegar a ser para la nación y la sociedad con la cual conllevan el día a día.

Los que tratamos o preferimos ignorar

Entre el montón de gente que diariamente veo cruzar las esquinas de esas dos avenidas, o simplemente pasar el rato en sus andenes, están aquellos que forman parte del montón; del paisaje. Pero que los demás sólo notamos cuando ellos se hacen notar o nosotros los necesitamos.

  1. Los vendedores ambulantes. Ya sea sobre el andén con su mercancía regada por el piso, ya sea esquivando motos y bicicletas para ofrecer sus productos a los conductores y pasajeros de carros particulares, pululan aquí y allá. Son molestos cuando uno no los necesita, pero indispensables cuando tienen el producto que uno necesita de inmediato. En la jungla citadina se les puede encontrar en cualquier semáforo, pero los embotellamientos son sus aguas favoritas para navegar. Y cientos de ellos se pueden extender cuando hay un trancón de varias horas (y como Bogotá es la, tristemente, número uno en el mundo en embotellamientos, los vendedores ambulantes nunca faltan). Por lo general son gente trabajadora, pero entre ellos también se camuflan los asaltantes o “raponeros”, quienes esperan una oportunidad para despojar al prójimo de lo trabajado.
  2. Los payasos, circenses y equilibristas. La falta de trabajo y recurso ha obligado a muchas personas (en su mayoría jóvenes) a buscar el peso que les falta en las calles, haciendo maromas o tratando de entretener al público de cualquier forma posible. Por lo general sus actos duran lo que dura en rojo el semáforo. Y, mientras los vehículos arrancan, recorrer las primeras filas de estos tratando de atrapar la moneda que de vez en cuando les lanza un conductor. Al contrario de los vendedores, estos no gustan de los embotellamientos. ¿De qué sirve mostrar el mismo acto al mismo público? Ellos son el reflejo de personas con capacidades, pero sin oportunidades laborales, quienes buscan una forma de conseguir para la comida diaria.
  3. Limpiavidrios. Como los circenses, buscan ganarse la moneda del día limpiando los vidrios de los carros. Pero estos se dividen en los que preguntan si es necesario el servicio y los que literalmente tienden emboscadas a los carros, limpiando el vidrio a la fuerza, más si el conductor es una mujer, para después exigir a gritos su moneda. Hay veces en que incluso amenazan a los que no dan la moneda por un trabajo no solicitado. En contadas ocasiones llegan a dañar el vehículo que acabaron de limpiar. Lo peor es cuando rodean entre cinco o seis a un vehículo. El conductor no tiene otra opción que ser víctima de una extorsión a plena vista del público y los oficiales de policía que cuidan el tráfico y que jamás intervienen. Esta es la parte de la sociedad que es como un reflejo sombra de los que están por encima de todo: intimidan y a la fuerza quitan lo que no han ganado. Y poco o nada les importa el esfuerzo de los demás. La diferencia es que estos están entre la sociedad y forman parte de ella. Saben que la sociedad les teme y se aprovechan de ello.
  4. Limosneros. Nunca faltan en el cruce. Ya sea pasando entre los carros, ya sea parados sobre el andén; ciegos, sordos, con malformaciones (reales e imaginarias), piden a los transeúntes su moneda. Los hay de todos los colores y sabores. Algunos visten elegantes y siempre dicen que les acabaron de robar. También están los cubiertos por harapos: estos veladamente amenazan robarlo a uno si no se les da la monedita.
  5. Demás. Entre todo ese gentío también están los misceláneos: repartidores de volantes, representantes de Unicef, misioneros, vendedores de alguna marca, etc. Y todos buscan la forma de engancharte para que gastes tu dinero ya sea en cosas que no necesitas, en aportes o en limosnas “oficiales”.

Las cosas que pasan

Lo triste o lo bonito del asunto es que en ese cruce se puede encontrar a Colombia entera. El día a día de la sociedad bogotana reflejada en su comportamiento. La realidad del país y la relación de su gente. Y, por lo general, todos van tensos, furiosos, listos a estallar en cualquier momento por la presión de todos los que quieren sacarte dinero o aprovecharse de ti. Los que no respetan a los demás y por ende a los que tampoco vas respetar: un comportamiento que se ha convertido en ley en las calles bogotanas.

Tan solo un cruce refleja todo eso y me deja un mal sabor de boca. Ya que a través de los años que he recorrido el mismo camino, día a día, una y otra vez, tan sólo he visto empeorar a los transeúntes y conductores, así como ha empeorado la vida diaria de los bogotanos. Los he visto volverse cada vez más y más violentos. Cada vez más reacios a saludar o devolver un saludo. Y cada vez aumenta la desconfianza en la calle a cualquiera que esté a menos de dos metros al epicentro que es uno. Cada vez son más los que se encierran en su rutina y tan solo quieren llegar rápido al trabajo en la mañana y a la casa en la noche, sin ver que a su alrededor hay vida. Sin capacidad de detenerse y yendo tan solo por inercia, cual zombis sacados de una mala película de ficción.

Para cerrar, mientras escribía este artículo recordé una canción del cantautor argentino (nacionalizado colombiano) Piero, con la canción “Las cosas que pasan”. Y qué triste es comprender que poco o nada se diferencia la Bogotá del 2021 del Buenos Aires de 1972.

 

Julio 01, 2021

 

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