Si hay algo que me molesta es esa ceguera monumental de los seres humanos a la hora de aullar voz en cuello “Detengamos el calentamiento global”. ¿Han pensado siquiera un segundo lo que significa esto? ¿Cómo yo (o usted) solito puedo detener el calentamiento global? Es más: para detenerlo, he de saber qué es el calentamiento global y qué lo causa.

Entonces, cuando comienzo a buscar una respuesta sólida a las inquietudes básicas sobre lo que significa e implica el calentamiento global y qué o quiénes son sus causantes, por alguna extraña razón me topo con evasivas, generalizaciones, comparaciones que no vienen al caso y la miope tendencia a culpar a otro y/u otros de un hecho perfectamente natural que está sucediendo desde hace (y cada) 12.000 años en el planeta Tierra.

Señores, pongámonos de acuerdo en una cosa: desde la última era glaciar (para el que quiera una explicación corta, superficial, materialista, consumista y jocosa sobre el tema lo invito a ver la “La edad de hielo”) el mundo se ha calentado más y más… Y antes de la última era glaciar, el mundo tuvo una época “pico” de calentamiento, antes de comenzar a enfriarse.

Si no me creen, consulten los libros de historia (los más perezosos hagan clic aquí), pero en el planeta ya hemos pasado por más o menos cuatro (4) glaciaciones. Es decir, el planeta Tierra cuatro veces se ha congelado y después se ha calentado nuevamente.

¿No será que el ciclo se repite? Es eso o son cuatro coincidencias de envergadura y efecto global.

Nos quieren hacer ver que los seres humanos somos los culpables de la polución, destrucción y contaminación del planeta. ¡Es cierto! ¡Somos responsables! ¡Somos culpables! Pero… de la polución, destrucción y contaminación, ¡no del calentamiento global! (Ahora no me vengan con preguntas retóricas tipo: ¿Y eso le parece poco?, ya que estamos hablando de Calentamiento Global).

Los representantes de Geenpeace invierten mucho, pero mucho dinero (papel que se hace con los árboles que ellos juran proteger) en realizar campañas, boicotear eventos para, como ellos mismos lo dicen: “proteger y defender el medio ambiente, interviniendo en diferentes puntos del planeta en los que se cometen atentados contra la Naturaleza. Greenpeace lleva a cabo campañas para detener el cambio climático, proteger la biodiversidad, para la no utilización de transgénicos, disminuir la contaminación, acabar con el uso de la energía nuclear y el de las armas” y reclutan voluntarios en todo el mundo mediante campañas mediáticas bien diseñadas, publicitadas, logradas y llevadas al público.

Yo me pregunto: ¿cómo uno detiene el cambio climático? ¿Envía un grupo de activistas al Sol para convencerlo de que deje de brillar tan fuerte durante los próximos mil años? ¿Acaso construir la palanca más grande del mundo para regresar los polos magnéticos a donde deberían estar, ya que han rotado más de 250 kilómetros hacia Canadá e India? Sí, es por eso que en Canadá el frío aumentó y en New York el invierno ha sido tan rudo, igual que ha nevado en India, mientras que Rusia se sorprendió por un invierno que más parecía una primavera.

Una campaña para detener el cambio climático es lo mismo que una campaña a nivel mundial para “detener el movimiento de las capas tectónicas de la Tierra y de esta forma evitar los terremotos”. ¡Es algo absurdo, irreal, irracional y demasiado pretencioso! Pero eso sí… un buen negocio…

Claro que las acciones de Greenpeace se han visto mucho, pero los resultados son pocos, a decir verdad. McDonalds sigue pelando pastizales; Coca Cola inunda el mundo entero; en los supermercados las únicas verduras son los transgénicos; el número de armas nucleares sigue creciendo, así como las plantas nucleares; hay guerra en todo el planeta por hacerse con el control de la explotación y/o conducción y transporte del petróleo y gas; y al Sol le importa nada la campaña publicitaria y la medallita del Nóbel de Al Gore, por lo que seriamente pongo en duda su intención de dejar de brillar. Los recursos naturales siguen siendo explotados por unos pocos, quienes son los responsables de hacer todas las guerras y pasar democráticamente por alto las decisiones realmente democráticas de toda la humanidad. Las madereras siguen acabando con la tundra y el bosque tropical (los dos pulmones del planeta) y todos y cada uno de nosotros (incluyendo a todos los miembros de Greenpeace) seguimos utilizando los productos de todos ellos y muchos otros más, mientras gritamos, voz en cuello, “no a la contaminación”.

¡Qué hipocresía!, ¿cierto?

Ahora bien, el hecho de que los gobiernos nos achaquen a nosotros, los seres humanos del común, aquellos que nos sentamos frente al televisor a rascarnos la barriga, a beber cerveza y a comer McDonalds (Los Simpson son fiel reflejo de nuestra “humanidad”) la responsabilidad de la contaminación y el consumismo, es algo “un poco salido de tono”. Todos sabemos quiénes son los responsables del pedazo más grande del aporte contaminante humano en el planeta. Son las grandes multinacionales y sin ellas, aceptémoslo: hoy en día ya no sabemos existir.

Los gobiernos dictan leyes para, dizque, proteger el medio ambiente. Pero esas leyes, encaminadas en contra de nosotros, no afectan a las multinacionales. Por ejemplo: bajo la excusa de obligar a los colombianos ahorrar el agua, el gobierno emitió un máximo de consumo, después del cuál el usuario pagaría el doble por el valor del servicio. Sin embargo ¿y qué pasa con las grandes empresas, principales responsables de la contaminación del agua? Si comparamos lo que “desperdician” los habitantes de Bogotá con lo que contaminan irremediablemente únicamente las fábricas de la ciudad, nos llevaríamos una tremenda sorpresa…

Pero el panorama se puede oscurecer aun más…

¿Sabían ustedes que una sola erupción de un volcán produce una cantidad de CO2 equivalente a la que produce anualmente toda la humanidad? Es decir, la Naturaleza misma, en todo su esplendor, puede y produce todo el CO2 que le venga en gana, sin pedir permiso a los seres humanos. Además, el CO2 viene relacionado con el enfriamiento global – no con el calentamiento. Para aquellos que me dicen que estoy loco, les recomiendo que miren la falsamente exagerada, pero con bases ciertas, película “2012”. Cuando el cielo lo tapa el humo (CO2) y los rayos del Sol no llegan a nuestra pobre Tierra, ¿qué es lo que ocurre? Correcto: enfriamiento. Otro ejemplo, recuerden cómo desaparecieron los dinosaurios: gracias al frío que generó la oscuridad formada después del choque de un cometa o meteorito en el actual Golfo de México. ¡Eso sí que fue generar contaminación y CO2! A tal punto, que durante algunos años no se vio el Sol en el planeta.

¿Cuántos volcanes activos hay en el planeta actualmente? ¿Alguien sabe la cantidad de CO2 que emiten entre todos ellos diariamente? No lo sé, pero creo que esa cifra sería sorprendente y bastante reveladora.

Y todo lo anterior lo saben muy bien los representantes de nuestros respectivos gobiernos. Por eso sus discursos sobre el calentamiento global, la contaminación y la destrucción de nuestro planeta son tan generalizados, vagos y proyectados a un futuro cada vez más y más lejano. Todos nos dicen lo mismo: estamos mal y hay que corregirlo. Pero cómo hacerlo se cuidan de decirlo y, si por error lo dicen, jamás lo ponen en práctica…

Lo mejor del cuento es que todo esto tiene solución. Simple, sencilla, directa. Requiere sacrificio, trabajo, ética, responsabilidad, amor, valor, honor, calidad, compromiso, paciencia, tiempo, respeto, trabajo en equipo, educación y, por encima de todo, independencia.

Es más, la solución no sólo salva el planeta, sino también evita todas las guerras, elimina las clases sociales, las diferencias étnicas y el escalafón de “países con pedigrí y sin pedigrí” (mi interpretación libre y personal de países de primer mundo y el resto). Se acabarían las guerrillas, desaparecerían los grupos terroristas y los atentados a nivel mundial. No habría necesidad de armas, ejércitos, soldados. La democracia existiría en verdad.  Y, lo más importante de todo, es que desaparecería la caterva de burócratas que complican la vida de todos y cada uno de nosotros.

¿Suena idealista? Sí.

Y la verdad lo es, ya que ninguno se atrevería a tomar esta salida, ya que requiere de un cambio abrupto y total. Sin embargo, como dice mi frase favorita: “lo constante se torna cómodo” y, pensando en nuestra comodidad, gritamos que “necesitamos un cambio”, pero esperamos a que sean otros quienes lo hagan para nuestro bienestar.

La solución es un cambio en el estilo económico y un replanteo de los valores materialistas que tenemos hoy en día. Implica una eliminación de nuestro estilo de vida. Un… llamémoslo: “fin de la civilización como la conocemos”, para utilizar el cliché. Y no sería la primera vez.

El modelo que utilizamos es una evolución del sistema desarrollado por los griegos hace casi 3000 años y perfeccionado por el imperio romano hace más de 2200 años. ¿No les parece que está un poco pasado de moda?

Sabemos que el sistema social, político y económico que rige el mundo actual es el responsable del comportamiento destructivo del ser humano para con el planeta. Ese sistema era útil y aplicable cuando la tierra “no estaba domada” y había vastas extensiones sin explorar. Se podían eliminar pueblos y civilizaciones enteras sin problema, ya que no compartían “la democracia y la libertad” y eran declarados “terroristas”. Además, el tener creencias distintas era la excusa perfecta para “rendirle tributo a Zeus” y “enseñar” a las pobres ovejas descarriadas a los verdaderos dioses. Si se atrevían a replicar, les enseñaban que Hades sí existe. Todas estas actividades requerían de explotación minera, tala, destrucción, quema, muerte, asesinato, envenenamiento y contaminación exhaustiva, para llevar la libertad y democracia a las tierras arrasadas y libres de aborígenes.

Pero hoy la Tierra ya ha sido explorada y los seres humanos viven en todos sus rincones. La democracia es el pan de todos y, donde no lo es, como bien lo sabemos, es donde se esconden los terroristas, el eje del mal, los que atentan contra la libertad,  democracia y, por encima de todo, contra la libre economía. Esto nos lleva a la necesidad de generar un cambio en el comportamiento del ser humano para, como pretenciosamente dice Greenpeace, salvar el planeta.

Oigan bien: el planeta NO necesita ser salvado. El planeta se puede cuidar solito. Lo hizo muy bien sin nosotros durante millones de años. Después de nosotros, lo hará igual. Los que necesitamos ser salvados, somos nosotros, los seres humanos. ¿De quiénes? De nosotros mismos.

Si somos los causantes de la destrucción, somos la solución. ¿Cierto?

El cambio climático es algo real y no se puede detener. Simplemente hay que aceptar el suceso como algo que forma parte de la vida y el ciclo del planeta (el cual se mide en miles de años), en el cual los seres humanos tan sólo somos los representantes de época que parece estar cerca de su ocaso, así como los dinosaurios lo fueron una vez de la suya.

Pero si nosotros cambiamos en los tres frentes de nuestra sociedad (político, económico y social), entonces tendremos la oportunidad de sobrevivir, algo con lo que los dinosaurios no contaron.

Estar más cerca de la Naturaleza implica conocerla. Implica sentir al Planeta por el que dizque tanto nos preocupamos. Aceptar, de una vez por todas, que el Planeta vive (si no fuera un ser vivo, no podría dar vida), siente y sufre por nosotros y por causa de nosotros. Por encima de todo, implica dejar a un lado nuestras creencias materialistas. Romper el círculo vicioso de la “búsqueda de la comodidad propia a costa de la comodidad de los demás”.

¿Suena romántico? Quizás. Pero es la única forma de “salvar el planeta”. Quizás Avatar logra transmitir en buena forma lo que hemos de hacer para “salvar el planeta”. No hay que tachar la película como “ecologista”. No hay nada de ecologista en estar en armonía con la Naturaleza, la Tierra y Dios. Ello no requiere de un membrete, ya que es una relación de intercambio espiritual, más que material. Eso lo sabían nuestros antepasados, antes de la llegada de la destructora, avariciosa, perniciosa y pecaminosa “civilización occidental”. Los pacificadores, evangelizadores, educadores y comerciantes se encargaron de sacar a golpes, sangre y fuego ese conocimiento. Pero este aún está en nuestros genes. Y cuando hablo de nosotros, me refiero a todas y cada una de las razas y naciones del planeta. Para mi no hay distinción entre el color de la piel, la religión o la tierra en la que viven. Todos tuvimos nuestros antepasados, quienes con esmero, cariño y amor cuidaron esta Tierra, estuvieron en paz con la Naturaleza, se preocuparon por cultivar su espíritu y sentimientos, en lugar de abarrotarse con posesiones materiales.

Todos nosotros debemos cambiar. De otra manera, no sobreviviremos, ya que la Tierra misma, con el paso de los años, se deshace de aquello que no se considera parte de ella, o superior a ella.

Con este artículo, deseo promover una invitación a todos a entrar en contacto con lo que la Tierra representa. Salir de las megaciudades súper abarrotadas. El dinero es un simple pedazo de papel que, como en Haiti, en caso de una destrucción no le dará techo o comida. Pero el saber tratar a la Tierra, sí.

Enero 13 de 2010

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