I

El castillo era muy parecido al que nosotros defendimos. A medida que nos acercábamos, distinguí la guardia de honor dispuesta a su entrada y las banderas de ambos bandos que adornaban cada lado de camino, oteando salvajemente, mecidas por una brisa matutina fuerte. Miguel, ataviado con sus mejores armas, caminaba delante de nosotros, llevando a su caballo por las bridas. Xillen lo seguía, montando un corcel moteado y yo cerraba la procesión, caminando igual que Miguel. No imaginaba qué clase de juicio sería este. Tampoco siquiera me acercaba a la idea de un castigo equiparable a la falta de Heitter, sin que fuera la muerte.

Entramos por la puerta principal, mientras la guardia de honor nos saludaba. Ninguno correspondió el saludo. Nuestras mentes estaban ocupadas, pensando en lo que nos esperaba en esos recintos, en el futuro de Heitter. Pasamos una puerta, una sala, otra puerta, un salón y otra puerta, hasta que entramos en una sala cuyo único centro de atención era una larga mesa, ubicada en el medio y rodeada de sillas. No había otro mueble. Esa era la mesa, tras la cual se decidiría el futuro de Heitter y, de paso, el de nosotros. Los guardianes del otro bando no llegaban aún, así que exploramos el lugar un poco relajados. Miguel recorrió la habitación, siguiendo las paredes, y luego se sentó. Xillen y yo ya lo habíamos hecho y ahora esperábamos a los otros miembros de este extraño jurado, en silencio.

— ¿Y bien? — Miguel nos interrogó con la mirada.

— Supongo que esperar. — Respondí, lacónico.

No alcancé a terminar la frase, cuando la puerta se abrió y entraron nuestros enemigos. Xillen se levantó, cortés, para recibirlos. Miguel se estiró despectivamente sobre la silla y colocó los pies sobre otra, haciendo todo el ruido posible, tratando de llamar la atención sobre él. En cambio yo, me quedé como hipnotizado, mirando las caras, rasgos y formas de aquellos seres que entraban en la sala, intentando memorizar cada una de sus facciones características, para después, luego de que acabara este mal llamado juicio, localizarlos con mayor facilidad en medio de una batalla y tirar contra ellos primero para acabar más rápido. No sentía ni odio ni curiosidad. La más grande apatía me embargaba. Tan sólo me interesaba conocer quiénes y cómo eran. Reconocer a mis enemigos. Pero el último personaje que entró, llamó de inmediato mi atención. Era otro humano. Era un poco alto, moreno y sus rasgos me parecían curiosamente familiares. Intenté hacer memoria, pero no lograba acertar dónde le había visto. Decidí dejar el tema para más tarde, aunque la curiosidad se despertó en mi interior.

Se sentaron en silencio y durante largos minutos nadie pronunció palabra. Nos mirábamos con incredulidad. Perplejos por el simple acto de compartir una habitación sin lanzarse unos contra otros a cuchilladas. Ni siquiera Xillen, quién sería la más apropiada para iniciar la conversación, tomaba la iniciativa. Parecía que esperábamos que algo sucediese. Una señal, cualquier cosa que nos obligara a ver que era la cruda realidad y no un sueño lo que vivíamos, y así fue. Una puerta lateral, en la que no me había fijado, se abrió y entraron dos seres cuyo cuerpo era casi transparente. Parecían hechos de niebla, pero se alcanzaban a distinguir algunos rasgos que definían una forma. Todos, incluso los guardianes del bando contrario, nos levantamos al unísono, siguiendo un impulso misterioso e inclinamos nuestras cabezas en señal de respeto y reconocimiento. Pero ese saludo era algo más, e intuí, casi instintivamente, que esos seres eran un Maestro de cada bando.

Lancé una mirada rápida a Miguel, pensando que todavía estaba echado sobre su silla con los pies al aire, y con agradable sorpresa descubrí que se encontraba de pie, haciendo la misma humilde reverencia que el resto de los presentes. Se sentía un aire misterioso en el ambiente que, vagamente, me recordaba la primera vez que acudí a las puertas de este mundo. Este pensamiento me envolvió en nostalgia al recordar que en ese momento éramos cinco. Un sólo grupo. Una sola amistad...

Los Maestros correspondieron el saludo y tomaron asiento a la cabecera de la mesa en posiciones contrarias, separando simbólicamente a un bando del otro. Todavía no sabía a ciencia cierta cual de ellos era el Maestro que representaba mi bando y eso me causaba cierta aprensión. Quizás quería saber quién era tan sólo por reconocer a aquel a quién yo representaba en el campo de batalla; quizás, para seguirle el juego en lo que dijera, para de esta forma relegar la decisión de este juicio en él.

— Sed bienvenidos a esta mesa de deliberaciones, en la cual hemos de tomar la decisión difícil que implica el castigo a un ser vivo que traicionado ha lo que esta conflagración representa y olvidado que él es una ficha bajo la mano de un jugador, ser queriendo lo que no se es. — Dijo el ser de la derecha a modo de introducción, dando de esta manera comienzo al debate.

— Tened en cuenta que no vamos a discutir acerca del acto que este ser cometido ha, ni en detalles entraremos si es una falta o no. Es clara la culpa en este caso y decidir tan sólo queda el castigo que semejante acción se merece. — Complementó el ser de la izquierda.

Las voces de ambos Maestros eran fuertes y la entonación de la voz, hacía parecer aún más grave el delito. La mesa quedó en silencio, mientras esperábamos si estos seres, que rallaban la divinidad, tenían algo más que agregar, pero ellos permanecieron en silencio y esto dio por abierto el debate. Comprendía que de ahora en adelante, ellos se limitarían a escuchar, mientras nosotros tomábamos la decisión. Sin embargo, en ese momento no se me ocurría un castigo apropiado. En mi mente rondaba la muerte así que, con prudencia, esperé a que alguien más tomara la palabra. Un ser, que parecía una réplica exacta de Vilikres, pidió la palabra:

— Nobles todos, — saludó, inclinando por la mitad su forma. — No sé qué clase de castigo imponer a alguien que ha caído tan bajo. Por lo menos, no se me ocurre un castigo ejemplar. Sé que no se le castigará con la muerte, ni tampoco se retirará su título de guardián. Más una idea se forjó en mi cerebro y que sería una parte del castigo. Se me ocurre que el principio de este castigo, sea el que no regrese a su planeta y a su cuerpo, hasta que uno de los bandos sea eliminado.

El scringchiano no alcanzó a terminar, cuando yo ya había lanzado una enérgica negativa:

— ¡De ningún modo! — Xillen me agarró del brazo, indicándome calma, pero mi mente se iluminó y, haciendo caso omiso de mi amiga, continué. — Eso no es un castigo, ¡es una recompensa! La recompensa de los guardianes es el conocimiento y mientras más tiempo él permanezca aquí, mayor conocimiento adquirirá. ¡No voy a permitir eso! Lo mejor sería dejarlo confinado en el planeta y obligarlo a presentarse únicamente cuando esté a punto de iniciar un combate. — Me detuve en ese momento y guardé un obstinado silencio, esperando a que el scringchiano me respondiese. Pero éste prefirió guardar silencio.

Entonces, el humano del bando contrario se levantó y dijo con una calma casi exasperante:

— Aunque la idea de mi amigo Tylais no es buena, tampoco lo es la tuya.

Y diciendo esto me miró directamente a los ojos con una sonrisa tan característica, que de inmediato reconocí dónde y cuándo vi a ese personaje. Era el joven que alguna vez, siglos atrás, en el planeta, se atravesó frente al carro y luego se burló de mi impotencia con un gesto bastante claro. Creo que en ese momento comprendió que lo reconocí y, dándome a entender que también sabía quién era, sonrío aún con mayor amplitud y desde la manga de su túnica, con estupor, vi que me hacía el mismo gesto que hizo una vez frente al carro. Extrañamente, no sentí ninguna furia. Únicamente un ligero atisbo de malestar. Ignoré olímpicamente la provocación y con beligerancia le indiqué que continuara. Esto exasperó al hombre y su sonrisa se borró como por arte de magia, dando lugar a una máscara de mutismo.

— Como decía, — continuó el hombre, — esta propuesta tampoco es del todo buena, ya que no sólo se le da castigo a él, sino a todos nosotros al privarnos de un buen líder y estratega...

— De un buen asesino que tiene aterrorizados a los aliens... — Gruñó por lo bajo Miguel, pero justo en ese momento el humano terminó de hablar y todos los presentes escucharon con claridad la frase. Las miradas se clavaron de inmediato en Miguel y éste, lejos de apabullarse, respondió con furia todas y cada una de ellas.

— Si algo tu mente ronda, sin más dilo. — Ordenó el ser de la derecha y Miguel, de mala gana, obedeció.

Se levantó con lentitud, desafiando con cada movimiento de su cuerpo a los presentes, incluso a los Maestros. Se cruzó de brazos, orgulloso; barrió con la mirada la habitación y soltó a bocajarro:

— Tengo una forma de castigo. Él ya no es un hombre. No sé las costumbres que tengan ustedes, — miró a los extraterrestres, — pero nosotros, por lo general, sometemos a una prueba al que cometió una ofensa. ¡Quiero un duelo con él! — Al decir esto, la incredulidad y sorpresa se pintaron en los rostros, pero Miguel continuó: — Acabaré con Heitter con rapidez y continuaremos con nuestra rutina.

Se extendió un gran silencio, mientras todos pensaban y analizaban esta forma de castigo. La idea parecía buena y, sin embargo, algo estaba mal. Algo no cuadraba. Xillen fue la primera en darse cuenta qué era:

— Amigo mío, — comenzó ella, — como siempre, estás dispuesto a todo para dar fin a tu búsqueda y un grave error cometes. — Miguel la fulminó con la mirada, pero guardó silencio y se sentó. — Quieres convocar a un campo de honor a un ser que el significado de dicha palabra no conoce. Quieres medirte por igual con un ser, al cual desprecias, y a quién eres superior... — Xillen se detuvo y recorrió con los ojos la habitación, hasta detenerse sobre el grupo de guardianes enemigos. — Vosotros debéis olvidar que el llamado Heitter es su amigo o líder. A su muerte los abandonó en el campo de batalla... Frente a la muerte los dejó, mientras buscaba con afán su propia salvación. No busquéis una salida ventajosa para aquel que los ha humillado, asesinado, vendido y despreciado. Por más que queráis ganar este combate titánico, en este momento pensar debéis en lo que este ser ha realizado y el castigo que merece por ello. — Se detuvo de nuevo, hasta fijar sus ojos en mí. — Y tú, Enrique, no debes olvidar que causarle la muerte no es permitido, ni privarle de su título de guardián. Ello implica que no se le negará el conocimiento y tampoco prisionero será de cualquiera de los mundos.

Guardamos un profundo silencio. Todos nos equivocamos y sólo Xillen se dio cuenta de ello. Llegamos para imponer un castigo, pero ese castigo lo planteamos de acuerdo con nuestras propias ambiciones, intereses y emociones. Había que dejar de lado todo esto. Dejar de lado el individualismo y por primera vez pensar el castigo que merece este ser, sin importar lo que representase para nosotros.

En ese momento pensé el mal papel de jurado que representábamos, el mal jurado que, estaba seguro, llegaría a una endeble sentencia. Y por primera vez pensé, que quizás nosotros no éramos los indicados para juzgarlo. Mejor juicio le harían las almas a las que representaba, que aquellas que compartían su cargo.

— Las palabras expuestas, Xillen, tienen sentido. — Volvió a tomar la palabra el scringchiano, levantándose con pesadez. — Me disculpo ante todos por mi pensamiento parcial, más algunas palabras de las que aquí se pronunciaron han llamado mi particular interés: el humano Heitter perdió el honor, su posición espiritual y dejó de ser hombre. Entonces, creo yo, que la parte importante y la esencia del castigo, es el quitarle esta humanidad. Únicamente tres, de los aquí presentes, son dignos para imponer dicho castigo. — Y con un rítmico movimiento de su cuerpo, meciéndose al compás de las metálicas palabras, nos señaló: — Tú, el llamado Miguel; tú, el llamado Enrique; tú, el llamado Camilo. Nosotros no tomaríamos una decisión correcta ya que no comprendemos la naturaleza humana, así como ustedes no comprenderían la nuestra.

Dicho esto, el scringchiano calló y se sentó. Enseguida se desató una polémica de la cual, por extraño que parezca, los tres humanos no tomábamos parte. Personalmente, esta idea me gustó y. por la forma en la que brillaron los ojos de Miguel, sabía que compartía mi pensamiento.  No obstante, era una forma fácil para los extraterrestres y esos seres superiores como Xillen y los Maestros, de librarse de tomar una decisión.

Y sin embargo, la discusión continuó un largo rato, hasta que se escuchó la orden de los Maestros de dejar la decisión para mañana. Se abrieron todas las puertas y los Maestros se retiraron por la misma puerta lateral, mientras nosotros, los guardianes, salíamos por la principal.

En el corredor nos dividimos. El grupo encabezado por Camilo subió por las escaleras de la derecha, mientras nosotros seguimos más al fondo, en busca de nuestras habitaciones.

— No entiendo por qué acabó tan rápido. — Dijo Miguel entre dientes sin ocultar su mal genio.

— No lo sé, — contesté. — ¿Tú qué crees, Xillen?

— La respuesta es muy sencilla, amigos míos. No tomaríamos el camino correcto sin pensar bien la propuesta por Tylais realizada. Tiene razón, él, al darnos a entender que los humanos serían los más apropiados para imponer un castigo a otro humano. Más ello nos excluiría al resto de la participación de este debate y ese es el motivo que nos impulsa a largo rato meditar en esta delicada cuestión, antes de decidir si en ustedes confiar o no . — La miramos con sorpresa al terminar ella la frase, pero ella no acababa aun: — Si con seguridad llegarán a la decisión correcta.

— ¿Crees que llegaremos a esa decisión? — La pregunta, cargada de veneno, saltó de mis labios sin pensar y me arrepentí de inmediato.

Xillen no respondió. Habíamos llegado hasta la puerta de su habitación y ella, tras abrirla, se detuvo bajo el marco, dándome la espalda. Sentí un frío que provenía de ese cuarto y se me erizó la piel.

— No confundas, amigo mío, la amistad que a ambos profeso, con la responsabilidad profesional. — Fue su respuesta. — Por ahora me despido. — Y cerró la puerta.

Me quedé mirando como un estúpido la puerta de roble ocre, sin entender del todo esa actitud tan fría por parte de ella. Tal vez, su papel de imparcial regresaba de lleno en ese momento y eso sería lo más lógico para representar el papel de jurado. Quizás no estaba contenta con nosotros por el error que cometimos en nuestra primera deliberación. No sabría decirlo con exactitud.

Quería compartir mis pensamientos a Miguel, pero este me fulminó con la mirada antes de que abriera la boca. Él también se sentía afectado por lo ocurrido y, hasta donde entendía, no soportaba la idea de sentarse al lado de sus enemigos. Definitivamente, esta prueba impuesta por los Maestros era dura.

Recorrimos en silencio el resto del camino hacia la habitación que compartiríamos hasta el final de la tregua. Era un silencio pesado y forzado. Parecía que la presencia de uno molestaba al otro y viceversa. Cada quién quería quedarse a solas para poner en orden sus ideas.

Dejando a Miguel en el cuarto, salí del castillo y me dirigí a la punta de la montaña, esperando que la vista del valle me reconfortase. Mi escudero se lanzó a mi encuentro, preguntándome si quería mi caballo y su compañía. Decliné ambas ofertas. Mientras caminaba, el aire fresco, combinado con el verdor que me rodeaba y el alegre brillo del sol, me devolvieron poco a poco el ánimo que perdí entre las paredes del castillo. La calma que me rodeaba me inspiró la tranquilidad que necesitaba para pensar, así que desistí en llegar a la punta de la montaña y me senté al borde del camino, contemplando las nubes que pasaban sobre mi cabeza con perezosa lentitud. 

Pensé en los otros cuatro personajes quienes guardaron silencio sin aportar una idea, hasta que comenzó la pelea si los humanos debíamos ser los que juzgásemos a Heitter. Estaba casi seguro que ellos jugaban un papel casi nulo en la línea de mando del bando enemigo. Los dos personajes que llamaron mi atención eran el scringchiano y el humano. Podía afirmar que el tal Camilo y el otro, eran la mano derecha e izquierda de Heitter. Y también me di cuenta que necesitaban de su presencia y liderazgo. Nunca antes, en nuestros años mozos, imaginé que Heitter tuviese dotes de liderazgo. Más parecía de aquellos que siguen al montón sin aportar mucho. Pero me equivoqué. Ellos tenían necesidad de Heitter. Sabían que sin su presencia no tenían posibilidades de ganar. Eso y el miedo, que con seguridad él les había infundado, lo convertían en una necesidad de la que ellos no podían prescindir. Esto nos facilitaba en gran cantidad las cosas.

La realidad nos mostraba que el enfrentamiento sería entre Heitter, Camilo y Tylais; contra Miguel, Xillen y yo.

Tres contra tres...

Porqué los débiles no eran tenidos en cuenta...

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