VI

Durante dos semanas aguantamos el asedio de Heitter. Tal y como lo previmos, al día siguiente inició el ataque, pero nosotros lo resistimos. Lo intentó al día siguiente y también al siguiente, pero el resultado siempre era el mismo: nosotros resistíamos. Teníamos grandes bajas entre nuestras filas, pero causábamos un daño mayor a Heitter. En cuatro oportunidades intentó acercar arietes a las puertas del castillo, pero la oportuna salida de Miguel, al mando de un diezmado grupo de caballeros, lo impedía. Xillen ayudaba a las mujeres con los heridos, mientras que yo comandaba a los arqueros.

A las dos semanas, el campo que se extendía frente al castillo irradiaba una tranquilidad amenazadora. No había sol y desde el amanecer caía una llovizna constante que no amainaba, pero tampoco aumentaba. La tierra se convirtió en un barrizal, y los cuerpos que no fueron recogidos, comenzaron a emanar el olor de la muerte. La gente estaba cansada. Los alimentos escaseaban y nos resignamos a acabar con las ratas. Al principio se discutió la posibilidad de comerse a los caballos, pero los necesitábamos en caso de una salida. Sin embargo, los caballos morirían pronto. El heno ya casi se había acabado. La situación era desesperada.

Este día de sospechosa tranquilidad que nos regaló Heitter, nos dio la oportunidad de enterrar a los muertos y visitar a los heridos. La mayoría de los soldados dormían con ese sueño enfermo, pesado y terrible, después de casi catorce días sin pegar ojo.

Sin embargo, había una luz entre ese horror, y es que Andrés, a pesar de no contar con los alimentos y la asistencia necesaria, capoteó el temporal. Ahora, caminaba con dificultad por falta de fuerzas, pero trataba de mantenerse a nuestro ritmo. Los primeros días, me vi forzado a ordenar a un soldado que hiciese guardia y no permitiese a nuestro amigo levantarse, bajo ninguna excusa. No obstante, Andrés se mostró bastante terco al respecto y después de dos noches de discusiones, nos vimos obligados a permitirle acompañarnos durante la batalla, pero no le autorizábamos subir a la muralla. Entonces, para no sentirse inútil, él se encargó de los suministros de flechas y agua a las murallas y también a levantar el ánimo a las mujeres, hombres y niños que se encontraban en un estado de depresión absoluta por la más que segura derrota.

Caminaba entre los soldados, con un blanco vendaje que cubría el muñón resplandeciendo funestamente entre la multitud. Tomó bastante bien la pérdida del antebrazo. Inclusive habló con un herrero, para que le hiciese un guante metálico para el brazo mutilado, y le engastase una bola de hierro fundido. Ese día, andaba con la bola colgando a su lado.

Pero los signos de hambre y agotamiento se veían con claridad en la cara de todo hombre, mujer y niño que vivían en el castillo.

Abrumados no por la inevitable derrota por vía física, sino por la inanición, los cuatro nos reunimos en el mismo cuarto, en el que me hospedé después del golpe en la cabeza.

Miguel se sentó y colocó sus brazos en un gesto cansado sobre la mesa. Xillen se ubicó a su espalda y apoyó sus manos sobre los hombros de Miguel. Andrés jugaba con su bola y yo, me senté sobre la cama de pieles.

— ¿Qué vamos hacer ahora? — Preguntó Andrés a nadie en especial. Ninguno se atrevió a responder. — No creo que aguantemos más... — Insistió.

— Xillen... — Una idea apareció de repente en mi cabeza, pero necesitaba comprobar su funcionalidad antes de exponerla a mis amigos.

— Dime, amigo mío.

— ¿Crees que será posible encontrar refuerzos en algún lado? — Pregunté esperanzado. Miguel levantó los ojos y Andrés dejó de jugar con su bola; todos entendieron a qué iba mi pregunta y conteniendo el aliento, esperaron la respuesta de Xillen.

— No quería yo llegar a este extremo, pero la situación apremia y se necesita una solución, por más arriesgada que sea. — Nos helamos ante esas palabras. Había una solución, pero era algo tan peligroso, que aunque Xillen sabía de ella, no quiso exponerla antes. — Existen refuerzos yendo hacia el sur. Hay un castillo en ese lugar, más grande que en el que nosotros estamos y cuenta con gran cantidad de tropas frescas y listas para el combate...

— ¡Perfecto! — Exclamó Miguel. — Enviaremos a alguien que informe de nuestra situación.

— No. — Replicó quedamente Xillen. — No puedes hacer eso, amigo mío.

— ¿Qué? Xillen, ¿perdiste la cabeza? — Miguel imprecó.  — Necesitamos de esos refuerzos.

— Lo sé, amigo mío. Más esta misión no la puede ejecutar un alma que no posea cuerpo propio. Es una misión que la llevará a cabo un guardián, ya que con este acto arriesga su vida y cumple una vez más con su papel. — Ella dijo todo esto con la cabeza gacha y evitando cualquier mirada.

— ¿Qué pasará si enviamos un alma sin cuerpo? — Pregunté. Mi mente se encontraba en las nubes y no entendí casi nada de lo que ella dijo.

— Esa alma pasará a pertenecer al bando contrario. Se dejará llevar por la emanación que todos ustedes sienten y será un tiempo y oportunidad perdida, que tan sólo nos acercará al indecoroso fin que tememos... — Xillen no terminó la frase. Todos sentimos que faltó algo.

— Entonces, estamos obligados a realizar el sacrificio. — Selló la oración Andrés. — Meditó un poco, esperando que alguno hablase, pero como guardamos silencio, tratando de tomar una decisión, él continuó: — Iré yo, qué carajos.

— ¡No! — Gritamos Miguel y yo al unísono.

Andrés quiso discutir, más miró la bola que descansaba sobre la mesa, siguió con la mirada la cadena hasta ver como se unía al muñón y comprendió nuestra negativa. Por fortuna entendió que no era por lástima que nosotros le impedíamos arriesgar su vida. De esa misión dependían las vidas de todos...

Y la indecisión descendió en la habitación y se tornó en niebla, colocando las tinieblas del silencio sobre nuestras bocas, iluminando nuestros ojos con la tenue luz de la súplica, esperando a que el otro tomase la gigantesca sentencia sobre el destino de todos nosotros...

...Y fue largo el silencio... ...Y duró toda la noche... ...Y el amanecer no trajo luz que disipara nuestras dudas...

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