V

— Heitter sigue vivo. — Fue la frase con la que me recibió Miguel.

Estaba sentado con comodidad junto al fuego, en medio de una montaña de pieles. Tenía la cara vendada en esta ocasión. Se había recién bañado y la luz de la hoguera reflejaba extrañas figuras en el pelo húmedo. Xillen fue a tomar un baño y a cambiarse y yo, tras hacer una visita a Andrés, me disponía hacer lo mismo.

— ¿Cómo lo sabes? — Pregunté incrédulo, pero me quedé helado a media frase.

Lo sentí.

La misma sensación que percibí en el pueblo, emanaba del norte. Hacia allá se retiraron las huestes de Heitter, después del asedio.

— ¡Ese hijo de puta! — Exclamé con furia.

— Eso no es todo. — Miguel decidió echar otro baldado de agua fría sobre mi ya maltrecho estado de ánimo. — Tendremos que retirarnos, Enrique. Es peligroso seguir aquí.

— ¿Qué?

— Nos atacarán. — Miguel hablaba con seguridad. — Y esta vez no resistiremos el ataque.

— ¿Por qué?

— ¿Es que no lo sientes? — Preguntó, extrañado.

— No. — Respondí. Así era en verdad. Además de la acostumbrada emanación del mal que se sentía del norte, no notaba nada extraño. — ¿Qué pasa?

— Tal vez sea porque estás cansado... — Dijo como para sí mismo, tranquilizándose. — Esa fuerza que se siente, aumentó. Creo que se debe a que llegaron más guardianes. Implica mayor número de fuerzas enemigas. Nosotros sufrimos considerables bajas en el último encuentro y no resistiremos otro.

Me senté cansadamente a su lado. ¡Maldito Heitter! Si por lo menos esperara una semana...

— ¿Cuándo crees que sea conveniente?

— Lo mejor será mañana mismo. — Respondió Miguel con rigidez. — Si conozco a Heitter como creo, se daría cuenta de nuestra capacidad. El ataque se interrumpió por que su general cayó, pero nosotros no emprendimos la persecución, lo que habla sobre nuestras capacidades. En otra ocasión, contando con mayores fuerzas, perseguiríamos a Heitter. No lo hicimos y es un mensaje para ellos. Sinceramente, no creo que aguantaríamos media hora más si no tocan retirada. — Miguel llevó la mano a la venda, tocándose la herida. — Quisiera hacerlo esta misma noche, pero hay que dar un suspiro a los heridos.

— Muchos morirán, Miguel.

— Lo sé, pero no hay remedio. Llevemos a los que podamos, si queremos una victoria en el futuro. — Miguel se envolvió más en las pieles, preso de un pequeño escalofrío. — Pero tampoco es que esto tenga alguna importancia... Algunos de los heridos no aguantarán esta noche.

No lo miré. Sabía que tenía razón. Muchos eran heridos de gravedad y aún en nuestra época, sería un verdadero milagro salvarlos. Me senté al lado del fuego. Todas las ganas que tenía de tomar ese baño, se esfumaron. Miré los troncos de roble que se consumían entre las llamas, como si estos pudiesen darme la solución al problema.

— ¿Crees que Andrés lo logrará? — Pregunté sin convicción.

— No lo sé. Perdió mucha sangre. Necesita una transfusión, pero no existen los medios. Ni siquiera sé su grupo sanguíneo. — Miguel se recostó y comenzó a mirar el techo. — Todo depende de su fuerza de voluntad. Si tiene ganas de vivir, lo logrará... — Él quería imprimir seguridad a sus palabras, pero faltó fuerza y me miró casi con culpa. — No lo sé. — Dijo, después de un largo rato.

— Pero hay una cosa, Miguel...

— ¿Qué?

— ¿Dónde iremos? — Comencé a analizar la situación con cabeza fría. — Tenemos demasiados heridos y no los dejaremos aquí. Tampoco podemos llevarlos a todos... Creo que sería mejor quedarnos y resistir el asedio.

— ¿Estás loco? — Miguel se levantó bruscamente de las pieles y me miró con incredulidad y sorpresa. — Nos aniquilarán. Mañana por la noche no habrá nadie vivo, como para contar lo sucedido. — Pero como no respondí, continuó con furia, — es mejor que nos retiremos. Conseguiremos fuerzas suficientes en los alrededores como para enfrentar ese ejercito. Son demasiados... ¿Es que no lo sientes? — Gritó.

— Sí, lo siento y por eso es que prefiero quedarme.

— ¡Maldita sea! ¿Por qué?

— Por el simple hecho de que si salimos, nos cazarán mañana mismo y presentaremos batalla en campo abierto, con pocas fuerzas, con gente cansada y seremos eliminados. — Dije con excesiva tranquilidad que exasperó aún más el ánimo de Miguel.

— ¡Carajo! ¡Nos matarán aquí también! — Gritó y su grito retumbó en las paredes, asustando a los guardias que se asomaron por la puerta, con espada en mano. Yo les indiqué que salieran.

— Cálmate... Piensa en la situación. Nosotros, aunque pocos, tenemos una ventaja: los muros del castillo. Son bastante fuertes. Resistiremos durante mucho tiempo y hasta existe la posibilidad de derrotar a Heitter. Tenemos agua en abundancia. La fuente viene de un río subterráneo y no es posible que la envenenen. Nuestra única preocupación será la comida, pero espero que el asedio no dure tanto.

— ¿Crees que Heitter es bruto? — Miguel comenzó a dar vueltas por la habitación como un tigre enjaulado. — ¿Crees que nos atacará de frente? ¡Él se limitará a esperar allá afuera a que nos muramos de hambre o terminemos por comernos los unos a los otros!

— No. — Respondí, extendiendo las manos hacia el fuego.

— ¿Cuál es el motivo de esa seguridad? — Miguel dejó de caminar en círculos, se acercó y se puso de cuclillas, buscando mis ojos con los suyos.

— Los soldados se aburrirán si no hay acción. Si van a cercar el castillo, dentro de tres días habrá una gran cantidad de borrachos entre el ejercito de Heitter. Y si él impone mano dura, habrá un motín.

Miguel me miró atónito, pero comprendió lo que le decía. Se sentó con las piernas cruzadas y comenzó a estudiar de nuevo el techo. Duró varios minutos sin decir nada. Yo no quería interrumpir su meditación. Me dediqué a escuchar el murmullo del fuego, crepitando en la chimenea. Parecía un ser vivo, tratando de salir a como dé lugar del encierro impuesto por el hombre.

— ¿Cómo estás tan seguro de que hará un cerco? — Preguntó por fin.

— No lo estoy. — Contesté con pesar. — Es más, de lo que estoy seguro es que nos atacará. Tiene una gran cantidad de fuerzas y por lo visto, él quiere acabar con esta contienda tan rápido como nosotros. Hará lo imposible por lograrlo y no le importará perder la mitad de su ejército en el intento. Lo del cerco es una remota esperanza que tengo. Todo dependerá de nosotros... — No lo miré al decir esto, pero quería que entendiera la importancia de la frase. — De nosotros tres...

— No estoy seguro, Enrique. — Miguel parecía más calmado y su tono de voz volvió a la normalidad. — Tenemos una oportunidad de escapar, pero quieres que nos quedemos a enfrentarnos con una muerte segura... Recuerda que el premio gordo es quedar vivo... — Dijo, refiriéndose al papel de los guardianes.

— Lo sé. Creo que estoy alargando la vida que nos queda. No sé si salgamos vivos de esta, pero de lo que estoy seguro, es que nos eliminarán si salimos del castillo. — Me di la vuelta al escuchar el chirrido de las bisagras de la puerta. Era Xillen. — ¿Recuerdas la primera batalla? — Pregunté a Miguel. — También nos superaban en número, pero vencimos. Vencimos por que teníamos una cosa a nuestro favor y era la mala disposición del ejército de Heitter.

— ¿Eso qué tiene que ver con nuestra situación actual?

— Mucho. Ahora también tenemos una cosa a nuestro favor: el castillo. Perderemos a un hombre por tres o cuatro de ellos, si sabemos como organizarnos...

— Eso es cierto, amigo mío. — Me interrumpió Xillen. — No es fácil tomar un castillo si este tiene fuertes muros y un general con espíritu pujante que inspire entusiasmo a sus hombres. — Nos deslumbró con su acostumbrada sonrisa. — Un hombre, cuando se lo propone, realiza proezas que un ejército no puede.

— Xillen, — Miguel la encaró, — si nos matan, se acabó, ¿recuerdas?

— Lo recuerdo, amigo mío. Pero también recuerdo que si no lo hacemos, perderemos por igual. Sería una batalla ganada por el bando contrario. Ello implicaría que tendrían más fuerza y más almas pasarían a el su bando.

— Bueno, — Miguel rumió un poco la idea antes de soltarla, — me quedaré con ustedes. Al fin y al cabo, lo único que me interesa de esto, es eliminar a Heitter. Si él lo hace primero, por lo menos moriré en el intento.

— Entonces, será mejor que revisemos las posiciones, amigos míos. Esta noche tenemos mucho trabajo. — Dijo y se levantó en dirección a la puerta.

— Xillen... — La llamé antes de que saliera. Ella se dio la vuelta y me miró con curiosidad. — Xillen, si salimos vivos de esta, te prometo que te llevaré.

Ella sonrió con deleite, se dio la vuelta y salió, dejándome sonriente y con un bienestar y seguridad de victoria.

— ¿Qué fue eso? — Preguntó Miguel, con suspicacia.

— Algún día le explicaré, — le dije soltando una carcajada, mientras seguía el camino de Xillen.

Comparte este artículo

No hay comentarios

Deje su comentario

En respuesta a Some User