I

¿Quién en su sano juicio, realizaría las proezas que ella y yo logramos?

Nadie.

Sólo nosotros dos nos enfrentamos a varios ejércitos en distintas batallas. Mi cuerpo, lleno de cicatrices, unas internas y otras externas, se había fortalecido. Mis músculos empuñaban ahora una espada, con una sola mano, sin ningún esfuerzo. Ella, al contrario, no cambió ni un ápice. Seguía siendo femenina, las quemaduras de su brazo desaparecieron como por arte de magia, sin dejar siquiera una mancha que asemejase una cicatriz.

A pesar de correr como locos durante dos días al frente de nuestro ejército, persiguiendo al derrotado ejército romano, con nuestras huestes galas, no sentimos cansancio hasta derrotarlos por completo y, en una sangrienta fiesta bárbara, cegados por la ira, el olor acre de la sangre y rodeados de muerte por doquier, clavamos la cabeza del César en una estaca, en medio de nuestro pueblo y bailamos alrededor, regocijándonos cuando alguna gota de sangre de su destrozado cuello caía sobre nuestras cabezas.

Sinceramente, me aterro al pensar lo loco que me encontraba. Sediento de sangre, buscando a Heitter entre los cuerpos destrozados en el campo de batalla, esperanzado que tal vez en esta ocasión, quizás ahora, lo encontraría tendido en medio de un charco de sangre, mezclado con orina por su propio miedo. Lo buscaba desesperado, por que de alguna manera intuía que él era el jefe de todos ellos, y con su muerte, la paz volvería a mi corazón y tal vez regresaría a mi vida normal en la tierra.

Pero, ¿era una vida normal la que me esperaba?

Había madurado entre matanzas. Matando para sobrevivir. Sintiéndome vivo cada vez que mi espada atravesaba con un quejido desgarrador un cuerpo y danzando una victoria salvaje a los pies del caído.

No.

Mi vida jamás volvería a ser igual. Cuando jugábamos Dungeons, nunca imaginamos el horror de una lucha a muerte.

Nunca...

 


 

Hacía mucho tiempo que dejé de pensar en mis amigos. Mientras que ellos todavía se encontraban atrapados en el dolor, esperando el entierro de JJ, para mí pasaron años. Décadas debatiéndome entre la muerte, para no terminar como nuestro caído amigo y tratando de evitar, a toda costa, un nuevo sacrificio de Miguel, pues de lo que estaba seguro, era de que agobiado por el dolor y la culpa, era capaz de enfrentarse él sólo a un ejército entero sin ninguna preparación.

Si algo aprendí en estos años, es que nada se realiza sin una táctica, sin una preparación adecuada, sopesando la fuerza del enemigo y pensando en las debilidades, tanto tuyas como las de ellos. Ya había perdido la noción del tiempo. Tan sólo sabía que cuando salía el sol, era un nuevo día de muerte, de llamas y humo que ocultaban el sol y el grito desgarrador de la tierra despertaba una angustia tal, que provocaba colgarse del árbol más cercano. Y cuando llegaba la noche, dormía con un ojo abierto, porque no sabía en que momento me iban atacar. No sabía si ese crujido furioso de una rama, era el viento que la derribaba, o era una trampa mortal que estaban montando nuestros enemigos.

Pero teníamos que estar preparados para todo.

No podía darme el lujo de perder una patrulla, porque su centurión se quedó dormido y no distribuyó bien la guardia. Tenía que pasar revista cada dos horas, personalmente, porque aprendí a desconfiar de los que me rodeaban. Incluso, un día dudé de las capacidades de Xillen, hasta que ella me salvó de una muerte segura a manos de un legionario enfurecido.

Xillen se convirtió en mi ángel de la guarda, desde que había llegado a aquel paraíso llamado infierno. Desde que había entrado en esa luz, me quemaba entre sus llamas y mi espíritu se convirtió en carbón. De no ser por Xillen, por su amable sonrisa, por su porte digno y su efectiva manera de calcular el tiempo en que deberíamos atacar, cómo debía comportarme, frenándome cuando gritaba a algún soldado sin motivo; ese carbón se convertir en piedra y, ¿quién sabe? tal vez terminaría muerto por mis propias tropas.

...Pero ellos me querían...

El tiempo transcurría velozmente y ninguno de nosotros envejecía. Aprendíamos más de las batallas, hablábamos un sinfín de  idiomas, nuestros cuerpos se desarrollaban al estilo de Conan, pero también lo hacían las armas de ataque. Presentía que en algún momento, nuestras espadas de bronce serían reemplazadas por el acero. Después, pelearíamos utilizando arcabuces, mosquetes y cañones, porque el hombre es un animal gregario; e inventa las cosas para su propia destrucción, quizás para evitar ese gregarismo. Y rezaba todas las noches, pidiendo a Dios, pidiendo a todos los dioses existentes y por existir, que todo esto acabase antes de la época de Einstein. No quería llegar más allá de mil novecientos cuarenta y cuatro, porque en ese momento no habría ganadores ni vencedores. Tan sólo dejaríamos de existir, envueltos en una luz blanca, transparente, que con su calor consumiría tanto justos como pecadores y el Universo terminaría tanto aquí, como en la Tierra.

Xillen me explicó que, aunque nuestras batallas transcurrían durante las épocas importantes de nuestra historia, el hecho de que venciéramos en ofensivas que se habían perdido, no repercutirían en la tierra. Más la eliminación de las almas de este mundo sí, porque al morir el hombre o cualquier otro ser de cualquier planeta, no tendría a donde ir.

Tal vez por eso, envuelto en una ciega furia contra mis enemigos, los quería exterminar antes de que llegáramos a la era atómica, porque había aprendido a conocer a Heitter. Sabía como pensaba y presentía que él lo haría todo para lograr sus metas. Inclusive su propia destrucción. No sé si Heitter estaba loco. Sé que era metódico y todo lo que él hacía tenía un plan, una organización. Incluso, convirtió sus derrotas en victorias y en la batalla entre Cesar y Pompeyo, casi nos destroza. No puedo negar que cabalgar al lado de ese estratega militar, después de haberlo matado y bailado al lado de una fogata frente a su cabeza, me daba escalofríos. Pero tengo que reconocer, que de no ser por él, tal vez estaríamos muertos, porque él logró lo que no se nos ocurrió ni a Xillen ni a mí. Julio Cesar logró sacarle el jugo a la derrota y, convirtiendo la retirada en avanzada, se internó en tierra enemiga destrozando todo a su paso y luego, dando media vuelta, pulverizó los ejércitos de Pompeyo. Nosotros tan sólo fuimos sus oficiales Fantasmas de un pasado que él no sabría reconocer. Más, cabalgando a su lado, aprendimos mucho de la estrategia militar, y las lecciones que él nos impartía antes de cualquier movimiento, nos salvaron el pellejo en más de una ocasión, después de nuestra partida de esa época.

Pero llegó el momento de detenerme. Estaba harto de tanta sangre y, aunque ya no tenía que correr a vomitar después de cada batalla, viendo desfilar delante de mis ojos rojos los rostros de todos los que había asesinado, y los que intentaron asesinarme; quería descansar. Además, se acercaba el momento del entierro de JJ. Tenía que regresar a verlo, aunque no sabía si reconocería a mis amigos, después de tantos años. Físicamente, por supuesto; mentalmente, se encontraban años luz de mí. Con estos años me convertí en huraño. Una persona a la que le era indiferente matar o morir, una persona que sólo esperaba el día en que acabase todo, de una manera o de otra.

Entré en la habitación de Xillen, sin tocar. Me acostumbré hacerlo, pues de alguna manera sabía que siempre la encontraría vestida y lista para escucharme. Al principio tenía cierto pudor y tocaba cada vez que entraba, esperando escuchar pasos apresurados, buscando una tela con que cubrir su cuerpo, pero con desagrado descubrí que ella no tenía la necesidad de bañarse. Al fin y al cabo, ella era más antigua que el polvo y su presencia pasaba inadvertida para ella, tanto como para mí era verla siempre limpia y aseada.

— Hola. — Dije y me senté sin pedir permiso. Nos conocíamos tan bien, que no había necesidad de ello.

— Así que por fin has decidido regresar, amigo mío. Eso es bueno.

— Sí. Si he calculado bien, llegaré al mediodía del entierro. — La miré con cierta tristeza. — Estoy asustado. No sé cómo reaccionarán cuando les cuente que estuve aquí tanto tiempo.

— Si tu corazón está limpio y puro, y tienes la conciencia tranquila, no habrá motivo alguno para que te arrepientas o sientas miedo. En este momento te encuentras en una encrucijada. Porque ahora tendrás que superarte más de lo que alguna vez lo hicieras.

— ¿Qué quieres decir con esto, Xillen?

— Tu mente ha madurado, mientras que tu cuerpo no. Cuando regreses, encontrarás ilógicas algunas cosas que puedan realizar tus compañeros. Tal vez, hasta puedes llegar a repudiar ciertas acciones que ellos tomen.

La miré con extrañeza. Como siempre, no entendía ni una palabra de lo que hablaba. Pero sabía que todo lo que ella decía, tendría sentido para mí, tarde o temprano.

— Recuerda que tienes la mente de un hombre que se acerca a sus cincuenta años, amigo mío. — Continuó ella, al ver la expresión de mi cara. — Mientras que ellos todavía se encuentran al principio de sus dos decenas.

La miré con cierta tristeza. Me levanté y comencé a caminar alrededor de la mesa. Me acostumbré a ese ejercicio, me ayudaba a pensar. Le daba interminables vueltas a una habitación, como un león enjaulado, hasta que alguna idea se formaba en mi cabeza. Ella, acostumbrada ya a mi modo de ser, esperó pacientemente a que terminara de pensar.

— Es cierto lo que dices, Xillen. Sin embargo tengo que regresar. Tal vez esta sea mi prueba final. — Me detuve y la encaré. — Por lo menos, tengo que ir al entierro de JJ. De no ser por él, tal vez no tendríamos esta conversación. Tal vez todo lo que conocemos y amamos estaría pudriéndose en este momento en las manos ponzoñosas de Heitter.

— Tal vez... — Ella sonrió y junto las palmas. — O tal vez todo esto ya habría tenido un fin más benigno que el que estás imaginando, amigo mío.

— Pero este no es el hecho. Es mi obligación regresar aunque sea para despedirme, porque de lo que estoy seguro, es que cuando regrese de nuevo acá, no volveré hasta que no termine todo... De una o de otra manera.

— No puedo retenerte, pero sí aconsejarte. — Me miró con cierta comprensión. — No vayas a desesperar cuando te encuentres en una situación, en la cual tu ideal se encuentre comprometido frente a tus compañeros. Ya que ahora tus ideas difieren en mucho de las que habían sido al principio. Y aunque el fin no ha cambiado, si lo han hecho los medios. Por esto es que te digo, que para tus compañeros va a ser difícil comprenderte.

— De hecho, me es difícil comprenderte a ti ahora, Xillen. — La miré divertido y me senté. — De lo que estoy seguro, es que lo que dices se cumplirá, aunque no tengo ni la más remota idea de lo que me hablas.

— No es la mía función el enseñarte a comportarte, comprender y vivir. Tan sólo puedo enseñarte la mejor manera de realizarlo o prevenirte si es necesario. El camino que elijas depende de ti, amigo mío.

El silencio fue mi respuesta. Ella tenía razón. Nunca impuso su deseo, ni siquiera en una situación desesperada, cuando yo estaba a punto de derrumbarme y mandar todo el Universo al diablo, ella únicamente me señalaba las opciones para hundirme más o salir airoso; el resto dependía de mí. Ella era una verdadera amiga. Te escuchaba, te daba una solución, servía de hombro para llorar y te consolaba cuando nadie más se atrevía hacerlo. Siempre se encontraba al mi lado, cuando la necesitaba y también cuando no. En ese momento me di cuenta de todo el amor que sentía por ese ser. Por esa forma desconocida, escondida bajo un disfraz de bellísima mujer, conteniendo todo el conocimiento del Universo, más vieja que el polvo y velando por el bien común desde el principio de los tiempos. Me encontré mirando ese rostro hermoso, eterno; alumbrado por la lámpara de aceite, con sus rasgos saliendo y ocultándose en las sombras; sorprendido por la serenidad, comprensión y profundo amor más allá de todo alcance posible, que emanaba de ella.

— ¿Alguna vez podré ver cómo eres en realidad? — Pregunté, para mi propia sorpresa. Tan absorto estaba en mis pensamientos que los expuse en voz alta. La miré azorado.

— Cuando el momento sea propicio y sea necesario lo que pides, se hará. Más no puedo asegurarte que lo que veas, sea de tu agrado, si es que puedas percibir mi verdadero ser en el momento que yo te lo descubra.

— ¿Así eres de espectacular? — Encontré lo dicho increíble. — ¿Nubes, estelas de gloria, trompetas y todo eso?

— No, pero eso depende de tu propia realidad. Tu realidad te hace verme tal y como lo haces ahora y, cuando yo me presente ante ti en mi verdadera forma, tu realidad se encargará de mostrarme como lo has descrito hace un momento u, omitiendo esa realidad, podrás ver mi realidad como en verdad es.

Me quedé con la boca abierta. Si antes no entendí lo que me decía, ahora quede totalmente perplejo y confundido. Traté de responder con algo, pero no encontré ni una palabra para replicar. Entonces, levanté el vaso y le indiqué en silencio un brindis. Ella lo aceptó y tomamos un trago de amargo vino.

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