IV

Era la mañana del jueves, y la Universidad tenía sus puertas abiertas, para recibir a sus estudiantes. Todo el mundo entraba preocupado. Algunos por clases, otros por tareas y otros por novias o novios. Pero todos tenían un lenguaje en común y conversaban, saltando de un tema a otro.

Menos nosotros.

Andrés, Miguel y yo, nos manteníamos apartados. Sentados en una mesa de la cafetería, respondíamos con monosílabos a cualquier pregunta que nos dirigían nuestros compañeros de clase. Ni siquiera entre nosotros manteníamos una conversación. Nos limitábamos a mirar la mesa y esperar.

Esperábamos la noticia.

Sabíamos que los padres de JJ debieron descubrir el cuerpo. Que en la facultad habría un alboroto de dimensiones gigantescas. Que en la siguiente clase, el profesor entraría con una cara larga y, después de esperar a que los alumnos callaran, arreglaría con unos golpecitos secos sus papeles contra el escritorio, nos miraría durante un instante con aire ausente y luego diría:

— Muchachos, les tengo una mala noticia....

No imaginaba el sufrimiento de Andrés y Miguel, cuando despertaron en el apartamento de JJ, al pie del cuerpo exánime de nuestro amigo. Ni siquiera lo pregunté. Pero, cuando llegaron a la Universidad, sus caras reflejaban una tristeza inmensa y dolor profundo. No dijimos nada. Ni siquiera tocamos el tema. Simplemente, nos sentamos alrededor de una de las mesas de la cafetería, a esperar.

Cada uno estaba sumido en sus pensamientos, cuando una voz familiar, conocida a tal punto que sólo escucharla, encogía los corazones, convirtiéndolas en pequeñas uvas pasa que trataban procesar el néctar de la sangre a toda costa, pero sin lograr hacerlo normalmente.

— Hola, amigos.

Era Heitter. Miguel levantó con lentitud la cabeza y sus ojos se llenaron de un odio indescriptible. Sus manos se crisparon y se convirtieron en puños. Comenzó a levantarse lenta, pero amenazadoramente. Heitter comenzó a retroceder, sin perder en ningún instante la sonrisa socarrona.

— Siéntate. — Dijo Andrés, sin levantar la cabeza, pero cruzó sus brazos en actitud de protección. Miguel no lo escuchó o lo ignoró. No entendí bien lo que sucedió a continuación, pero Miguel intentó alcanzar a Heitter y, en el momento en el que parecía que todo estaba perdido y que Miguel acabaría en la Tierra con la batalla destinada a otro tiempo y espacio, Andrés saltó delante de él, tumbando la mesa, y recibió la descarga de todo el odio de Miguel hacia Heitter, en el pecho. Su rostro palideció y su cuerpo se dobló un poco, pero resistió el golpe. Empero, Miguel pareció no darse cuenta a quién golpeó y, sin reparar en Andrés, intentó otro ataque. Pero, yo ya estaba prevenido y me colgué de su brazo, justo a tiempo. Y mientras nosotros concentrábamos nuestras fuerzas en dominar a nuestro compañero, Heitter se reía por lo bajo, parado a unos centímetros de Miguel y sin mostrar una pizca de miedo.

Finalmente, Miguel cedió y cayó pesadamente sobre el asiento, jadeando con fuerza.

— ¿Qué quieres? — Preguntó Andrés a Heitter, sin soltar del todo a Miguel.

— Absolutamente nada, Andrés. — Respondió. — Tan sólo vengo a lo mismo que ustedes: a estudiar. — Y entonces, su tono de voz cambió sutilmente. — Si señor, vengo a estudiar y saludo con buenas intenciones a viejos amigos, y su primera reacción es la de arrancarme la cabeza. Es incomprensible... — Razonó con dándose aires de filósofo, pero no ocultó una sonrisa de satisfacción que cruzó como un relámpago por su rostro.

— Tú no eres nuestro amigo... — Jadeó Miguel, desde su asiento. — Tú jamás serás nuestro amigo. Tú eres una rata inmunda, un pequeño insecto dotado de raras grandezas, que quiere convertir a todos en lo que se convirtió.

— Bueno, bueno. — Heitter cruzó los brazos y sonrió desvergonzadamente. — No hay que ponerse sentimental, querido Miguel. Lo que yo quiero, no lo comprenderías. Y sus risibles intentos de impedírmelo no van a llegar a ningún lado. Y, a todas estas, ¿qué hace usted aquí Andrés? Creo que fue expulsado de la universidad.

— Vine, porque me dio la gana. — Respondió Andrés, malhumorado. — ¿Por qué no se larga, con el mal viento que lo trajo?

— Todavía tengo cosas que hacer antes de irme, querido amigo. — Dijo Heitter con sorna y nos dedicó la más dulce de las sonrisas. — Pero no se preocupe, vengo en son de paz.

— ¿Se devolvió de inmediato, cuando iniciamos el viaje? — Preguntó Andrés, controlando su furia con evidente esfuerzo.

— Ni siquiera lo inicié. Simplemente, me fui.

— Me pregunto ¿por qué no intentó matarnos, ahí mismo? — Dijo Miguel en tono bajo, que no presagiaba nada bueno.

Heitter no respondió, pero por la expresión de sus ojos, con horror, comprendí que lo intentó. Por alguna extraña razón, no lo logró. Pero lo intentó. Sentí asco.

— ¿Por qué, Heitter? — Pregunté.

— Sus débiles mentes no me entenderían. — Respondió.

— Sabes muy bien que no es esa la pregunta. ¿Por qué estás en el bando contrario? ¿Acaso deseas la destrucción del mundo?

El silencio fue su respuesta. Creí que nunca formuló esa pregunta. Pero estaba equivocado.

— Simplemente, creo que me encuentro en el bando de los buenos. Es así de simple. Desafortunadamente, la concepción de bueno y malo de ustedes, no coincide con la mía. Creo que es malo que, si ustedes ganan, nosotros desapareceríamos de la faz del Universo y terminaríamos siendo tan sólo parte, una pequeñísima parte de un ser. Es mejor ser uno mismo y no pertenecer a nadie en absoluto. Creo que sería fantástico que la vida en este planeta siguiera durante toda la eternidad. Que cada uno de nosotros, regresara una y otra vez a recibir todas las delicias, que este planeta nos proporciona. — Nos miró con altivez. — No quiero ser parte de nadie. Quiero ser yo mismo. Heitter. Y si para ello tengo que pasar sobre ustedes, ¡lo haré!

Nadie le respondió el reto. El silencio fue inmediato y pesado. Andrés soltó a Miguel y buscó asiento. Levanté la mesa con cuidado, bajo las miradas extrañadas de estudiantes que llegaban tarde a clase. La acomodé y me senté. Miré, a través del techo cristalino de la cafetería, el cielo. Grises nubes volaban raudas, cargadas de lluvia, truenos y rayos. Volaban hacia el sur, alejándose de nosotros, y con ellas, se alejaba mi esperanza de recuperar al viejo Heitter, de reintegrarlo al grupo.

Enfrenté su mirada.

— Ya pasaste sobre uno...

— Siento mucho lo de JJ. — Me interrumpió Heitter. — Siempre fue valiente y razonable, incluso al final. Murió como un héroe y me duele que, por más que fue un enemigo, no obtenga un entierro con los debidos honores. Pero eso no me impediría, de encontrarlo en el campo de batalla, eliminarlo. — Y nos miró con fiereza. — Quiero que entiendan, de una vez por todas, que no quiero matarlos, pero si ustedes se interponen en mi camino, lo haré. Los quiero mucho, pero eso no me impedirá alcanzar mi meta.

Estaba aterrado. Tal vez mis amigos todavía no se daban cuenta de lo mucho que mejoró el léxico de Heitter. De lo diferente de sus movimientos, de la seguridad en su porte. Un cambio radical se operó en él, pero ese cambio debió tomar un tiempo largo. Y entonces, una idea comenzó a tomar forma en mi cabeza:

— ¿Cuánto tiempo permaneciste ahí? — Pregunté, sin rodeos. Andrés y Miguel levantaron sus cabezas para mirarme, preguntándose si perdí el juicio. Heitter me miró directamente a los ojos y, sílaba por sílaba, siseando entre dientes, respondió:

— Treinta y ocho condenados años.

Me di cuenta que mi boca se abría, poco a poco. Sentí miedo. De hecho, sentí pavor. Era para volverse loco. Mis amigos todavía no se daban cuenta de lo grave de esa revelación, más yo sabía a qué me enfrentaba.

Frente a mí, en un cuerpo de veintiuno, con una cara que asemejaba quince, estaba un hombre de cincuenta y nueve años.

Esto era para perder el juicio.

— ¿Por qué regresaste?

— Sé lo que necesito saber. Pero estoy aquí para intentar convencerlos de que abandonen la lucha. Quédense en el planeta. No regresen nunca a ese otro mundo y vivirán el resto de sus días en paz y tranquilidad. Tal vez, hasta regresen al planeta después de la muerte. — Hizo una pausa y nos miró uno a uno. — Como ya les dije antes, — continuó, — no quiero su muerte. De saberlo, cuando los llevé la primera vez con el viejo, que tomarían el bando contrario, jamás lo permitiría. Pero, cuando lo supe, era demasiado tarde. Sus mentes fueron envenenadas con un pensamiento radical y estúpido. Sé que estoy hablando al vacío, porque como los conozco, sé que no dejarán de hacerlo, más espero, por su propio bien, que por lo menos piensen un poco mis palabras, antes de regresar.

— Vienes como mensajero, ¿cierto? — Inquirí.

— Sí.

— ¿Es la decisión conjunta de todos los guardianes de tu bando?

— Sí.

En mi mente apareció, sonriente, la imagen de JJ.

— Entonces no necesito pensarlo. — Me levanté de la silla y lo encaré. — Te agradezco tu propuesta, Heitter. Te agradezco que pensaras primero en nosotros, pero no voy a permitir que mis creencias, todo por lo que vivo y he vivido, sean destruidas por tu egoísta deseo de poder y miedo de vivir con el corazón.

Su rostro palideció, pero no intentó interrumpirme. Me miraba absorto, parecía como si estudiase mis facciones, gravándose en la mente el rostro de la persona que lo desafió abiertamente, sin darle tiempo de expresar su pensamiento con profundidad. Miré a mis amigos buscando apoyo, pero sabía que no me lo darían. Tenían que pensar en la oferta que les estaba haciendo Heitter. De hecho, ahora las cosas dieron un giro tremendo y sospeché que fue una treta para crear la duda y separación entre nosotros. Una separación que el bando enemigo aprovecharía para terminar de destruir a los que osaran oponérsele.

— Quiero que digas a tus superiores, si es que los tienes, que por lo menos tendrán que enfrentarse conmigo. — Continué, después de la pausa. De alguna forma, al negar la oferta de Heitter, sentía como mis fuerzas regresaban, y con ellas aumentaba mi resolución de llevar mi misión hasta el fin. — No sé respecto a mis amigos. Pero te aseguro y te prevengo, por haber sido mi amigo, que por lo menos habrá un guardián que los enfrentará en el próximo encuentro. — Y me senté.

Hubo otro silencio desgarrador. Pasaron dos horas y la cafetería comenzó a llenarse de alumnos que salían con algarabía de clase. Heitter se acercó a la mesa, para evitar llamar la atención sobre nosotros.

— ¿Es así como piensan todos? — Preguntó, amenazador.

— No. — Respondió Miguel y por un momento, la felicidad brilló en la cara de Heitter. — Yo no pienso como Enrique, no tengo su ideal, ni su amor por cosas que no entiendo, ni quiero entender. Pero iré. Iré a combatir única y exclusivamente por verte morir a ti, ¡grandísimo hijo de puta! — Heitter se alejó, aterrado, unos pasos al ver las chispas de furia que saltaban de los ojos de Miguel. — Y cuando tenga tu cuerpo a mis pies, seguiré peleando, seguiré vivo hasta que tus huesos se conviertan en polvo y este polvo se disperse por todo el Universo que conforma el mundo de Xillen. Y después de eso... después de eso... me sentaré a descansar. — Terminó Miguel, quedamente, y bajó de nuevo la cabeza, mirando la mesa con obstinación.

— Yo también regresaré, para combatirte Heitter. — Dijo Andrés. — A decir verdad, en el primer momento, cuando aparecí en medio de la batalla, me hice la promesa de que si salía vivo de ella, no regresaría nunca más. Sin embargo, cuando vi morir a JJ, cuando vi que entregó su vida por salvar la de nosotros, algo cambió en mí. Yo regresaré porque tengo una deuda con él y no permitiré que él me haya salvado, para traicionarle luego. No quiero regresar, es verdad, más JJ me obliga. Mi deuda me lleva a terminar lo que él empezó. Estará saldada cuando todos ustedes sean exterminados o yo perezca en el intento.

— Bueno, que no digan que no lo intenté, — dijo Heitter para sí mismo y luego, tomando una posición de firmes, nos saludó con la mano derecha extendida y se retiró.

— Todo un embajador, — dijo Miguel entre dientes, mientras miraba con odio como Heitter se perdía entre la multitud.

— Más aprendí algo de todo esto. — Me encontraba pensativo, dándole vueltas a una idea que me consumía. — Al parecer, el tiempo sí transcurre en la Tierra, mientras nos encontramos en el mundo de Xillen.

— ¿Qué quieres decir con eso? — Preguntó Andrés.

— Todavía no lo tengo claro, — respondí. — Pero el tiempo sí transcurre. Podemos realizar un cálculo aproximado de la diferencia del tiempo en el mundo de Xillen, con el de nosotros.

— ¿Cómo?

— Heitter dijo que permaneció durante treinta y ocho años en ese lugar, ¿cierto?

— Sí, — respondieron mis amigos, acercando sus cabezas a la mía.

— Si decimos que, aproximadamente, él inició el viaje al medio día de ayer y regresó hoy; también digamos que a las seis de la mañana, ya que llegó a las siete y, por el estado de sus ropas y su cara, deduzco que no tuvo tiempo de bañarse ni de comer, sino que se dirigió directamente a la universidad para encontrarnos antes o a las siete en punto, como él sabe bien, en la cafetería.

— ¿Qué quieres decir, con eso? — Preguntó Andrés, cada vez más interesado.

Arranqué una hoja del cuaderno, saqué mi inseparable pluma, regalo de Sandra, y comencé a escribir.

— Ha estado de viaje durante... — hice un rápido cálculo, — más o menos dieciocho horas. Lo redondearé. Esto implica, — continué escribiendo, — que una hora equivale a 2,112 años. Entonces, un segundo equivale 5,108 horas.

— ¿Y eso, qué? — Preguntó Miguel, sin interés. Todavía estaba de mal humor por el encontrón con Heitter y no asimilaba que dejó ir a su enemigo mortal declarado, caminando libremente, para más tarde crear maquinaciones para acabar con nosotros.

— Eso quiere decir, que mientras transcurre un segundo aquí en la Tierra, en el mundo de Xillen pasan entre cinco y seis horas. Y, mientras ahí ha pasado un día entero, es decir, veinticuatro horas, ¡aquí apenas han pasado entre cuatro y cinco segundos!

— Y, ¿de qué nos sirve saber todo eso? — Miguel se portaba como un verdadero terco.

— No lo sé. — Reconocí. — Pensé que sería interesante saber la diferencia horaria. Eso es todo.

— Mejor vamos a clase. — Dijo Andrés. — Ya caparon la primera hora, a ver si entran a la segunda.

 


 

Cuando entramos al salón, las largas caras de nuestros compañeros, decían que la noticia de la muerte de JJ ya era conocida por todos. No tardaron en informarnos lo que sabíamos hacía tanto tiempo. Pusimos caras de asombro, y hasta derramamos lágrimas falsas, porque las verdaderas hacia rato salieron de nuestros ojos. Sólo quedaba el profundo dolor, que ninguna lágrima era capaz de extraer desde el fondo de nuestras almas. También, nos anunciaron que el entierro sería al día siguiente. A las tres de la tarde, en una iglesia de un barrio conocido de la ciudad. Luego, enterrarían a JJ en el mejor cementerio.

— Valiente consuelo, —  pensé yo, — ser enterrado en el mejor cementerio de la ciudad, pero que ésta ignore la verdadera hazaña que realizó el pobre de JJ.

Pero aparenté sorpresa absoluta y guardé mi indignación para un momento más oportuno. Fue una prueba dura de soportar. Nuestros compañeros sabían que manteníamos una estrecha relación y no cesaban en darnos el pésame. No quiero ni imaginarme lo que ocurriría, si la terrible sorpresa fuera verdadera.

El día fue tortuoso. Asistir a clase, cuando nuestro corazón se encontraba muy lejos de la ciudad: en una casa de tres pisos, en un conjunto cerrado, bajo el número cuatro. En el tercer piso, en la primera habitación a mano derecha, yacía el cuerpo de nuestro amigo. Y ahí nos encontrábamos, en espíritu.

Junto a él.

Ninguna lección entró en nuestras cabezas, ese día. Sólo asistíamos a clase para que no nos pusieran falla.

Y esperábamos, esperábamos.

Mientras transcurría el tiempo, una idea comenzó a formarse en mi cabeza. Si el entierro de JJ era mañana, a las tres de la tarde, podría ir al mundo de Xillen. Tendría tiempo bastante para perfeccionarme, para aprender y saber qué camino seguir para enfrentarme a Heitter y los demás guardianes. Era mi única oportunidad.

De hecho, era nuestra única oportunidad. Presentía que Heitter no desperdició esos treinta y ocho años. Aprendió bastante, desde la última batalla, y con toda seguridad nos derrotaría en la siguiente. Ese sería nuestro fin. Ahora comprendía que la verdadera intención de Heitter, al visitarnos hoy, fue precisamente, tal y como él lo había dicho, evitar nuestras muertes. Así que, después de todo, algo bueno quedaba en su corazón. Algo puro todavía luchaba dentro, tratando de salir a la luz, pero era forzado a mantenerse dentro por fuerzas misteriosas, más poderosas que Heitter y que no querían que él regresara al círculo que pertenecía.

Todavía quedaban más de cuatro horas de clase, pero cada segundo era precioso. Cada segundo equivalía a seis horas perdidas. Así que, sin perder más tiempo, susurré a Andrés:

— Voy a capar el resto de las clases, Andrés. No soporto más. Le diría que me acompañe, pero no creo que Miguel resista solo.

— Lo sé. ¿Por qué cree que vine a la Universidad hoy? Recordé lo que dijo Xillen y la forma en que le respondió Miguel. Quiero tenerle encima el ojo, hasta que regresemos con ella.

De repente me sorprendí, porque ni siquiera le pregunté a Andrés, qué estaba haciendo en la Universidad. Acepté el hecho como algo natural, cuando,  en la mañana, lo vi al llegar. Por un momento, pensé en decirle lo que quería hacer, pero desistí. Porque al escuchar los motivos de cada quien, por los que irían a pelear, sabía que no entenderían o no aprobarían mi inesperada partida.

Así que me despedí y, cuando el profesor se dio la vuelta para escribir algo en el tablero, me escurrí por la puerta, en silencio.

Comparte este artículo

No hay comentarios

Deje su comentario

En respuesta a Some User