EL BIEN Y EL MAL

Mientras manejo como desesperado, tratando de alcanzarte para impedir que cometas una locura, me doy cuenta de lo vacía que se encuentra la ciudad. Parece como si todos los habitantes decidieran mudarse, sabiendo que una desgracia está a punto de ocurrir. Recuerdo con claridad tu reacción, cuando por fin te diste cuenta de que me encontraba en la carpa contigo; y la alegría inmensa, inmediatamente ensombrecida al decir quién estaba comandando el ejército enemigo. En mi mente se forma la imagen de tu cara, con las facciones endurecidas por el dolor. Y los relámpagos de odio, deseando venganza, que despedían tus ojos. Los cerraste y después de respirar profundamente, te guardaste el odio para, cuando por fin nos encontráramos con Heitter, cara a cara, descargarlo con todo el peso del alma.

Y la batalla...

Detengo el carro. Necesito respirar. Los recuerdos me ahogan y no tengo a nadie para desahogarme. Me bajo del auto y me siento en el andén, con la cabeza entre las rodillas. Esa fue mi reacción al terminar la batalla; luego de ver toda esa sangre, miembros amputados y personas aullando, llorando y maldiciendo. Muchos de los que quedaron mutilados, pero con vida, miraban a los que pasaban con ojos suplicantes. Imploraban por una muerte rápida e indolora, pero no podíamos dársela. No podíamos aliviar su dolor.

Lloro, en silencio. Las lágrimas se deslizan en rauda velocidad por mi cara y caen en el asfalto, para ser devoradas por el polvo, en contados instantes. No puedo detenerme. Toda esa fuerza que sentí, mientras me encontraba contigo, en el bar, me abandonó; y ahora el flujo de los recuerdos me destroza.

Pero me contengo. Tengo que llegar al consultorio, para impedir que cometas una locura. Sin embargo, presiento que es demasiado tarde. Siento que te embarcaste en una nueva aventura, pero también sé, que yendo sólo, no podrás concluirla. Me subo de nuevo al carro y comienzo a manejar. Más ahora voy despacio. No hay necesidad de correr. El tiempo se detuvo para ti y sé, que al llegar, te encontraré en el momento preciso.

Mientras manejo, veo las luces de un hotel y me detengo al frente. El botones se encuentra dormido, pero lo despierto con un bocinazo. Se levanta, mal humorado, pero me abre la puerta. Me entregan las llaves de la habitación. Cuando me encuentro en ella, me acuesto en la cama y cierro los ojos. Respiro profundamente y luego deseo.

Tan sólo deseo.

Y enseguida, una luz me envuelve y de nuevo me veo transportado. ¿Volveré? Esa pregunta no me asusta. Hay algo que tengo que hacer. Algo que quedó inconcluso y ahora voy a terminar lo que se comenzó una vez. De nuevo fui... ¡No! Fuimos convocados.

La luz comienza abandonarme lentamente y abro los ojos...

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