EL PRINCIPIO

Pasaron dos días después de nuestra reunión en ese bar. Luego de consagrar la mesa, nos quedamos tomando hasta la una de la madrugada, momento en el cual, el mesero nos sacó a patadas del lugar. Aunque todos aceptamos ir, ninguno fijó el día o momento exacto para iniciar lo que debía iniciarse. Gracias a Dios, mi familia salió de viaje a otra ciudad, por negocios. Me encontraba completamente solo y estaba agradecido por ello. Si ellos me vieran ahora: pálido, despeinado, sin bañarme y sin comer nada, deambulando por la casa como un fantasma que no tiene ninguna intención de abandonar el lugar y no sabe en que ocupar su mente o sus actos. Subí a mi habitación y me acosté en la cama, mirando el techo. Una idea se formaba en mi cabeza: si el ser dijo que el tiempo no importaba, podía ir allá sin ningún problema y demorarme quinientos años y, al regresar, encontraría todo igual. Quería iniciar el viaje. Esa era la única manera de acabar, de una vez por todas, aquella incertidumbre que me estaba matando.

Pero tenía miedo.

El ir ya no me importaba, la decisión se tomó y sólo quedaba enfrentar las consecuencias. No quería ser el primero, ni tampoco llegar solo. Sabía que necesitaría el apoyo de mis compañeros, tarde o temprano. Y, en este caso, valía más temprano que tarde. Sin querer, cerré los ojos y me concentré en la oscuridad que enseguida me envolvió. Utilizaba uno de los métodos de relajación que aprendí de las cintas del viejo, de nuestro reclutador personal. La calma descendió como un manto cálido y tranquilizante, que me arropó de adentro hacia fuera. Las ideas dejaron de correr desesperadas en la cabeza y comenzaron a tomar forma y enfilarse a una decisión común.

Quería ir.

Y necesitaba hacerlo ahora mismo. Sentía que me necesitaban, que me llamaban. Y con fuerza, deseé encontrarme en ese lugar, para vencer o morir, de una vez por todas.

La ya conocida luz diáfana me envolvió. Pero en esta ocasión era diferente. En esta ocasión, yo no sería espectador. Sería participante. Tenía cerrados los ojos y cuando comprendí que el viaje había terminado, los abrí esperando encontrarme de nuevo en la nada y con el ser frente a mí, para que comenzara la contienda.

Sin embargo, me encontré en algo parecido a un cuarto. Un cuarto cuyas paredes eran barro endurecido. Una pequeña lámpara de aceite alumbraba débilmente la habitación. No tenía ningún tipo de decoración. Me encontraba acostado, en algún tipo de tabla, levemente levantada sobre el piso. Me alcé lentamente. No comprendía bien donde me encontraba. Esto no se parecía a nada de lo imaginado. Esperaba destellos de luz y seres mitológicos e inimaginables que me rodearían enseguida, para dar comienzo a una batalla que terminaría, de una vez por todas, con mis dudas. Me sentía desubicado. Al frente había una pequeña puerta de madera y unas voces alcanzaban a penetrarla y llegar a mis oídos. Con temor, la abrí. Lo que vi me sorprendió y a la vez aterrorizó. Una mujer, quien me daba la espalda, conversaba tranquilamente con algo o alguien que no soy capaz de describir. Una cosa enorme, dos veces más grande que un hombre, de color negro y sin ninguna cabeza o miembros. Era solo una forma. Algo cilíndrico en su base, se agrandaba en la mitad y volvía a encogerse en la parte superior. Pero lo que me aterró, no fue su forma ni su color. Estaba hablando. Los sonidos que salían de alguna parte de esa cosa, no eran posibles de reproducir para un ser humano. Tenía parecido con el sonido que produce el metal, cuando choca y se retuerce en un agónico segundo. Y lo horrible, esa mujer, con aspecto de humana, contestaba en el mismo idioma.

Al entrar, la forma negra se interrumpió bruscamente y la mujer dio la vuelta para encararme. Era muy bonita. Una belleza como tal no había visto en mi vida. Ni siquiera las modelos más famosas se acercaban en lo mínimo a esa belleza que se encontraba sentada frente a mí. Simplemente quedé petrificado en la puerta, con la boca abierta, admirándola. El silencio se prolongaba demasiado cuando ella rompió el hechizo y me habló con una voz que sólo era asociable con el sonido que producen las alas de los ángeles al desplegarse para el vuelo:

— Bienvenido.

— Gra... gracias. — Logré balbucear, al descubrir que además de lo anterior, también hablaba mi idioma.

— Eres uno de los guardianes del planeta Tierra. — No lo preguntó, sino lo afirmó.

— Sí.

— Mi nombre es Xillen. Soy la imparcial.

— ¿Imparcial? — Eso era algo nuevo para mí.

— Sí. Soy la encargada de recibir a todos los guardianes y explicarles lo que se les ocultó... No soy humana... — Debió descubrir que todavía la miraba con ojos desmesuradamente abiertos y comportándome como un idiota. — Todas las razas me ven como una de los suyos. Por ejemplo, — señaló a la forma que se encontraba detrás de ella que hasta ahora jugó un papel mudo en la conversación, — él es Vilikres, del planeta Scringch. Y me ve como alguien de su planeta. Además, en este momento está comprendiendo lo que yo te digo, en su idioma. Y lo mismo será con cualquier otra raza que se encuentre conmigo en el mismo cuarto. Por eso, soy imparcial. No tengo preferencia por ninguna raza. Entiendo absolutamente todos los idiomas y dialectos que se hablan a través del Universo. No existe nada desconocido para mí. Soy la única que existe desde el principio de la eternidad, y nada ni nadie tiene la capacidad de destruirme. Pero tampoco puedo hacer absolutamente nada a nadie. — Y en seguida me miró con total neutralidad.

— Mucho gusto. Mi nombre es Enrique.

Ella le dijo algo al ser que se encontraba detrás de mí. Y después volvió a encararme.

— Él es uno de los quince guardianes que pelearán por lo que ustedes, los humanos, llaman Bien.

— ¿Quince? — La revelación me sacudió como un relámpago. ¿Quince, peleando por las almas de miles de millones, contra Dios sabe cuantos?

— Sí. Por ahora, hay cincuenta y tres guardianes malos. — Creí que me iba a desfallecer en ese instante. ¡Quince contra cincuenta y tres! ¡Dios nos ampare! — Y a partir de este momento se inicia la preparación de todos los guardianes, venidos y por venir.

— ¿Cuántos nos encontramos ya... — busqué en vano la palabra —...aquí?

— Once. Los cuatro que faltan sus tus amigos. — Me miró detenidamente y, anticipándose a mi pregunta, continuó: — No sé si llegarán. No soy adivina. No puedo prever el futuro ni el comportamiento de un ser. Eso es imposible para quienquiera que lo intente. Pero, por el buen desenlace para los guardianes buenos, espero que lleguen.

Me encontraba en un estado entre anonadado e hiperactivo. Quería conocer todo lo que se podía sobre ese lugar. Llegar a asimilar las maravillas y secretos del Universo, tan cercanos y lejanos. Sentía que en ese lugar, todo lo que se quería conocer, todo lo que fue oculto, sería revelado. Más que un presentimiento, era una seguridad. Pero no sabía como comenzar. Me senté al lado de mi nuevo compañero de batalla. Quería entablar de nuevo una conversación con Xillen. Quería que ella me abriera las puertas de ese conocimiento oculto, pero en lugar de decir o preguntar algo, no apartaba la vista de ese ser, sentado al lado mío. Por extraño que parezca, aquella forma acaparaba mi atención. Creo que en algún momento, Vilikres debió notarlo, pues chilló algo en su lengua a Xillen y ella me lo tradujo amablemente:

— Vilikres quiere decirte que en su vida imaginó la existencia de una cosa tan horrible como lo eres tú.

Me quedé de una pieza. En nuestro planeta, semejante cumplido era considerado como una ofensa. Pero antes de responder, consideré lo delicado de la situación.

— ¿Gracias? — Respondí débilmente. Era curioso. Si en mi barrio, cualquier persona que yo conociera de paso, como era el caso de Vilikres, me dijese esa pequeña frase, le respondería con un par de madrazos y quizás con unos cuantos golpes. Me sentía bastante incómodo y vulnerable. En ese momento, pensé cómo afectan nuestras reacciones las diferentes situaciones y lugares en que nos encontramos. Lo constante se torna cómodo. Escuché esa voz en mi mente y sentí la mirada penetrante de Xillen.

— Bastante. — Respondí en voz alta y, haciendo un esfuerzo, aparté la mirada de Vilikres y me concentré en interrogar a Xillen. — Si vamos a pelear juntos, — señalé con la cabeza al Scringchiano, — ¿cómo demonios nos vamos a entender? Supongo que tú no estarás con nosotros en todo momento, ¿o sí?

— Más adelante, se les enseñará a entender y hablar los idiomas, mientras se encuentren en este lugar. En algunos casos, ustedes logran recordar algunos de esos idiomas cuando regresan a sus planetas. Eso ocurre, más que todo, en los sueños o bajo los efectos de otra índole y deliran.

— ¿Cuándo comenzará la contienda? — Esa pregunta era la que más me aterraba. Y tuve que realizar un esfuerzo gigantesco para formularla sin tartamudear.

— La contienda ya ha comenzado. Desde el momento en el que algún guardián penetra en este sitio, al que podrías llamar Limbo, Purgatorio, Olimpo y muchas cosas más. La presencia de uno de los guardianes, sin importar a que bando pertenezca, da comienzo a la contienda. Y, aunque este guardián dejé este sitio, no terminará lo iniciado. La única manera de finalizar con la contienda, es que se libre una batalla, aunque sea sólo entre dos guardianes. Pero para finalizar, todos, todos los guardianes del bando vencido deben perecer. — Me miró directamente a los ojos y noté tristeza. Mucha tristeza en esos ojos. Los ojos más bellos que vería jamás. — ¿Crees que es cruel? No. Como ya sabes, los guardianes son almas que poseen cuerpo, en el momento en que son designados como tales. El alma de un guardián no puede presentar batalla sin poseer un cuerpo que se encuentre en perfecto estado. También tiene que ser joven y con mucho que arriesgar en la contienda. Ya que al perecer un guardián, no sólo pierde su cuerpo, lo cual no tiene ninguna importancia, también el alma del guardián sufre grandes penalidades para regresar a un cuerpo y proseguir con la limpieza. Muy pocas son las almas de los guardianes, que al ser tomadas en batalla, reencarnan para volver a ser tales. Otros, terminan formando parte del bando contrario. Cambian su esencia, su éter interior.

Yo no encontraba palabras. Mi boca se cerraba y abría espasmódicamente, pero ningún sonido articulable salía de ella. Mis manos aferraban el borde de la mesa, como si fuera un salvavidas, y mis dedos, totalmente blancos, estaban completamente entumecidos. Desalentado, abatido, miserable y un millón de palabras más, no podían siquiera acercarse a un año luz, para describir mi estado emocional en ese momento. Necesité varios minutos para comenzar a digerir un poco lo que ella me había dicho.

El proceso de vivir con ese hecho, me tomaría mucho, pero mucho más tiempo.

— ¿Por qué estás aquí? — Esa pregunta me sacudió y me sacó de un estado emocional bastante deplorable, para colocarme en uno peor.

— No lo sé. A pelear por el bien, supongo.

— ¿Tienes miedo?

— Sí. — Por alguna extraña razón, sentí como mis fuerzas aumentaban. — Por eso estoy aquí. Tengo miedo de que el mal gane la batalla. Me importa un carajo el verdadero significado de estas dos palabras. Bien. Mal. Tan sólo existe un Bien. Y es el que a uno se le enseña, desde pequeño. Estoy aquí para defender mí Bien. El Bien, tal y como se conoce que es, en mi Planeta.

Xillen no reaccionó de ninguna manera a esa muestra de patriotismo. Entonces, le pedí que me hablase un poco sobre algunos hechos y ella accedió gustosa. La luz, que penetraba por una de las ventanas, ya estaba dando paso a la oscuridad cuando acabamos.

Nos despedimos como amigos.

 


 

 

La noche, si es que se le puede llamar así, transcurrió sin ningún inconveniente. Xillen mencionó que después de descansar, conocería a los demás guardianes. Nunca imaginé que sería tan real. Estando mi cuerpo en la habitación de mi casa, mi mente tenía que vivir, comer, dormir y realizar las mismas cosas que el cuerpo. Ahora comprendía del todo a lo que se refería el ser, cuando mencionó que si nos mataban, moriríamos.

Me encontraba recostado en la misma tabla en la que aparecí. La imparcial me explicó que esta sería mi habitación, antes de salir de campaña.

De campaña.

La frase en sí encerraba un enorme significado. Mi experiencia como Dungeon Master en los juegos de rol, me enseñó que una campaña, por más que se aceleraran o comprimieran los hechos, duraba de dos a tres años.  Si este es el tiempo que toma desarrollar juegos imaginarios, en los cuales uno maneja el espacio y el tiempo, ¿cuánto demoraría una campaña en la realidad? Todavía no sabía, ni imaginaba cómo se desarrollarían los combates. Ni siquiera tenía idea de lo que tendría que hacer para ganar. Temía al hecho de tener que matar a alguien. ¿Cómo se sentiría el tomar una vida? No me visualizaba matando a alguien. Aunque nunca se sabe. La necesidad empuja al hombre a realizar cosas que en sano juicio jamás ejecutaría. Y las cosas empeoran cuando se amenaza la vida de ese hombre. ¿Podía yo justificar el matar a alguien, si ese alguien amenaza mi vida? Creo que sí. No veía inconveniente en matar alguna de esas cosas de otros planetas. El problema sería el asesinar a alguien de mi planeta, o por lo menos que tenga el mínimo parecido con un humano. También sentía angustia, debido a la falta que me hacían mis amigos. Esa noche en el bar, Andrés tuvo razón cuando dijo que la decisión debe ser tomada por cuenta propia. Así lo hicimos, pero la compañía de ellos en este lugar, era tan necesaria como importante. Ahora, estando en la soledad de la habitación y sabiendo que me rodeaban seres extraños, comprendía el porqué de la existencia de Xillen y su maravillosa capacidad de ser vista por cualquier ser como una de su mundo. De otra manera, uno se volvería loco. De por sí, ya resultaba difícil separar la realidad de la fantasía y aún más, los hechos mentales de los corporales. Pero, ¿eran mentales o espirituales? O quizás ninguna de las dos. Tal vez, en este momento me encontraba acostado en mi cama, soñando con esto y razonando en los sueños, asumiendo que es la realidad.

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