III

Tres meses después, Andrés vivía en un apartamento, rentado en el centro de la ciudad. Sus padres no le perdonaron su fracaso y mucho menos la expulsión de la universidad. Simplemente, le entregaron dinero y dijeron que de ahora en adelante se valdría por sí mismo.

Con ese dinero, Andrés rentó el apartamento y comenzó a trabajar como empacador en un almacén de cadena. Lo que ganaba, alcanzaba para pagar el alquiler y comprar los alimentos necesarios para vivir decentemente. Nosotros ayudábamos como podíamos, pero con discreción, ya que conocíamos su temperamento. Ahora teníamos un sitio para reunirnos a jugar con tranquilidad. El apartamento era el rincón ideal. Sin embargo, notamos que el interés de Andrés por Calabozos y Dragones decayó. Al ser expulsado de la universidad y de la casa, él había recibido dos golpes terribles que no podía o no quería superar. Se sumergía cada vez más en la autocompasión y perdía interés por la vida poco a poco. Estábamos desesperados por él. Pero, ¿cómo ayudar a una persona que no quiere ser ayudada? Él sólo quería hundirse. Y no económicamente - Andrés no era estúpido ni suicida - su lado espiritual, su moral desparecían y nosotros nos dábamos cuenta de ello.


 

Un día, cuando sólo faltaba Andrés en el grupo, nos preguntamos ¿qué hacer? ¿Cómo revivirlo? JJ, después de mirarnos largo y tendido, sin pronunciar palabra, por fin abrió la boca:

— Tal vez deberíamos llevarlo a un psicólogo. Yo también tuve problemas y uno me ayudó a salir de ellos.

— ¡Sí, claro! — Se burló Miguel. — Vamos y le decimos: Oiga, hermano, creemos que está loco y que debería ver al loquero. ¡Si quiere, lo llevamos donde uno! ¡Ja, ja, ja, ja!

— No de esa forma. — Traté de ayudar a JJ, puesto que la idea me pareció buena. — Deberíamos encubrir el hecho de que es un ppsicólogo.

— ¿Y cómo lo hacemos? — Miguel parecía dispuesto a no dejarse llevar por la idea. Heitter daba vueltas por la habitación, realmente absorto. De repente se detuvo y, con timidez, comenzó a hablar:

— ¿Ustedes recuerdan que Andrés siempre se interesó en la hipnosis? — Cuando obtuvo nuestra confirmación continuó. — Bueno, ustedes saben el problema que tengo yo con el juego. Aunque soy adicto ahora, antes era peor. Mucho peor.

— ¡¿Peor?! — Miguel casi se cae de la silla por la sorpresa, pero se incorporó y, conteniendo la risa, dijo: — Si usted lo único que hace es jugar. ¿Cómo puede ser eso peor?

— ¡Pues sí! Yo era peor de lo que ustedes se imaginan. ¡Sí! Paso mucho tiempo en el casino, apostando, pero tengo mi límite. En cambio antes, — Heitter pareció estremecerse ligeramente y bajó el tono de la voz. — Antes yo robaba. Ahora sólo juego con el dinero que yo mismo me gano, pero antes yo robaba para jugar.

Un largo silencio se impuso en la habitación. Nadie esperó una confesión de semejante magnitud y ahora repasábamos mentalmente aquellas cantidades, pequeñas cantidades de dinero que desaparecían de nuestros bolsillos o mochilas. Formábamos un círculo, sentados alrededor de la habitación y Heitter se encontraba en la mitad, bajo las miradas acusadoras de sus compañeros. Y aunque sabíamos que el paso dado, la confesión realizada, afectaría nuestra relación, también estábamos al tanto de que al hacerlo, demostraba en verdad el cambio efectuado en él.

— Bueno, y eso ¿qué tiene que ver con Andrés? — Preguntó JJ, sin mirar a Heitter.

— Mucho. — Heitter pareció recobrarse y habló con más fuerza. El peor momento había pasado. La revelación estaba hecha y no tenía nada más que temer. En realidad, sintió como un peso, llevado durante largo tiempo sobre sus hombros, caía, dejándole una hermosa libertad para actuar, sin tener nada que ocultar ante nosotros. — Después de que robé en la casa una gran cantidad de dinero y mis padres lo descubrieron, me enviaron con un psicólogo. Me ayudó a superar en parte el problema. Lo curioso, es que él aplicaba la hipnosis y la autosugestión para ayudar a sus pacientes, tal y como lo hizo conmigo. En este momento, todavía estoy asistiendo al tratamiento y podría hablarle acerca de nuestro problema. Él sabrá que hacer.

— Y ¿no lo echaron de la casa, hermano? — Preguntó Miguel siempre conteniendo la risa. — Porque eso es lo que yo haría si...

— No más, Miguel. — Respondió Heitter. — Me dieron una oportunidad, eso es todo. Creo que todos los padres deberían hacer lo mismo.

Pensé que ese último comentario iba dirigido más a los padres de Andrés que a Miguel y mentalmente estuve de acuerdo con Heitter.

— Pero entonces ¿qué? — Preguntó JJ, alisándose nerviosamente el cabello. — ¿Lo llevamos con el psicólogo?

— Creo que sería lo ideal. —  Dije. — De hecho, a mí me encantaría que me hipnoticen.

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