II

Eran más de las nueve de la noche cuando por fin, después de convencer a JJ a que soltara por las buenas la botella de cerveza vacía y dejarlo con Heitter en el casino, decidí emprender rumbo a casa. Tenía una cita con Sandra y no podía faltar. Quedamos en ir a la Zona Rosa a celebrar nuestro aniversario y quizás algo más... Me encontraba con el ánimo en alto, pero la presencia de Andrés en el carro, con su cara larga y el inusual silencio que provenía de él, no dejaban que mi cara expresase mis verdaderos sentimientos.

— ¿...y entonces qué va hacer? — Le pregunté a Andrés, mientras conducía por la Avenida Circunvalar, hacía el norte de la ciudad.

— Supongo que ponerme a trabajar. — Respondió él, con aire cansado. Miraba por la ventana y estaba bastante asustado. No sabía cómo reaccionarían en su casa ante la noticia. — Y pediré el reintegro, claro.

— Lástima, hombre. — Miguel estaba en la parte de atrás del carro y se encontraba medio dormido, pero atento. Era una peculiaridad de él: así estuviese dormido, podía mantener una conversación sin perder el hilo. — Va a perder todo un año. Nosotros lo adelantaremos por dos semestres.

— ¿Y cree que no lo sé? Y eso si me dan el reintegro. — Andrés se encogió de hombros y abrió la ventana. — Necesito aire.

Hubo un silencio largo que ni siquiera el éxito del momento, que transmitía la radio, disipó. Comprendía de sobra lo que sentía Andrés, ya que en el primer semestre me ocurrió algo semejante, pero me salvé gracias a las buenas relaciones que tenía con una de las profesoras, quién me permitió volver a presentar el examen, aunque esto no estaba en el reglamento. Nadie se enteró de ello, ni siquiera mis amigos. Sin embargo, cuando supe la noticia, imaginé con claridad la reacción de mis padres y sentí miedo y vergüenza. Entendía lo que pasaba en este momento por la cabeza de Andrés, pero no se me ocurría una forma de calmarlo. Conocía bien a sus padres y sabía que sus miedos no eran infundados.

— Bueno, hermano, — Miguel abrió su bocota para no cerrarla, — creo que está jodido. Endemoniadamente jodido... — Concluyó con aire de filósofo.

— ¿Y cree que no lo sé? — Exclamó con rabia Andrés y, por la entonación de su voz, supe que estaba al borde del llanto. Tenía que cambiar de conversación de inmediato, antes de que Andrés decidiera dar rienda suelta a su frustración y miedo, y se descargara con Miguel, quien, la verdad sea dicha, se la estaba buscando.

— Bueno, entonces al fin ¿vamos a jugar o no? — Pregunté, desviando la conversación a otro tema.

Los juegos rol eran nuestro pasatiempo preferido. JJ y Heitter nunca gustaron del juego. Uno preocupado por el estudio; el otro, por vivir en el casino. Sin embargo nosotros tres éramos fanáticos y pasábamos horas perdidos en fortalezas, castillos, bosques; luchando contra bestias salvajes y monstruos; rescatando bellas doncellas y tesoros inimaginables, ocultos en laberintos, guardados por dragones mitológicos.

— ¡Claro que sí! — Por fin los ojos de Andrés se iluminaron ante la perspectiva de olvidar el mundo real y volver a la vida de su paladín. — ¿En la casa de quién?

— Creo que en la mía, esta vez. — Miguel abrió por fin los ojos y se sentó. Él también se sentía excitado por el plan. — Es mi turno. — Desgraciadamente, como el juego requería gran tiempo y espacio, rotábamos los turnos.

— Quedamos en que Andrés iba por el desierto, con la niña en los brazos, para llevarla a la ciudad de Mirros. — Comencé a refrescarles la memoria, para no perder tiempo en preparativos.

— Sí. Estoy en las afueras de la ciudad tratando de evadir a los soldados que me están buscando... — Confirmó Andrés.

Entonces, recordé a Sandra y nuestra cita a las diez y media. Sopesé con cuidado: novia-juego. Tenían la misma importancia y no sabía qué hacer... Sin embargo, la palabra ANIVERSARIO se iluminó en mi cabeza.

— Lo siento, amigos. — Dije, con verdadero pesar. — Hoy no puedo. — Y rápidamente me expliqué.

— Vaya... — Dijo Miguel despectivamente, luego de lanzar un prolongado silbido. — Lo tienen amarrado, viejo. Está jodido...

— Si tuviera novia, creo que estaría igual. — Le respondí de mala forma y apreté los dientes.

— Creo que Enrique tiene razón, Miguel. — Dijo Andrés. — Dejemos el  juego para mañana...

— Eso si usted está vivo… Para mañana... — Metió otra vez la leña al fuego Miguel.

— ¡Cállese, de una vez por todas! — Exclamé. — En lugar de joder la vida a los demás, debería pensar en una forma de ayudar...

Miguel se tomó su tiempo en contestar:

— Está bien, Enrique. — Dijo apaciguante. — Mejor pensemos en qué vamos hacer mañana.

Todos estuvimos de acuerdo, por primera vez, con la idea de Miguel.

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