Pululahua

Hay un lugar, ubicado en las cercanías de Quito, Ecuador, al borde del dormido cráter del volcán Pululahua, donde las leyendas de un antaño que se niega a desaparecer en el olvido, luchan con la realidad a brazo partido, en muchas ocasiones ganando la batalla. Los mitos de los guerreros de la antigüedad del continente sudamericano resurgen entre las sombras, llenando de respeto y aprensión a los visitantes que se aventuran en el interior del Templo del Sol, recordando que el pasado es imposible desligar del presente y forma parte de la realidad en que vivimos.

Mirador del Volcán Pululahua

Llegamos al Templo del Sol por casualidad. Después de una semana de trabajo en Quito y sus alrededores, tuvimos solo un día para conocer algunas de las “atracciones” turísticas. Nos recomendaron visitar el volcán Pululahua, el pueblo Mitad del Mundo (ubicado, precisamente, en la mitad del mundo), el Centro Histórico de Quito y subir en el Teleférico hasta la Cruz Loma, aledaña al volcán Pichincha, a 4050 msnm. También había otras atracciones que llamarían la atención a cualquier turista, pero con el poco tiempo que teníamos, nos animamos a ir al volcán Pululahua y a Mitad del Mundo.

La primera impresión al llegar al volcán es sobrecogedora. Aunque vivimos en Bogotá y estamos acostumbrados al paisaje montañoso, abismos abruptos y con caída libre que da miedo; el paisaje alrededor del Pululahua dejaba la impresión como si hace poco se hubiese producto una erupción y la ceniza recién había caído sobre las laderas de las montañas que hacían la guardia de honor al camino que llega hasta el borde del precipicio. Aunque el efecto era producto del material arenoso que compone las laderas que tienen ese color, aporta al ambiente su grado de misterio y superstición.

Volcán Pululahua

Desde el abismo se ve el fondo del volcán en el cual ya hay un poblado en crecimiento. El conductor del taxi nos comentaría después que, a pesar de que en varias ocasiones se le ha advertido a la gente que es mejor no vivir ahí ya que el peligro de que el volcán despierte es real, los habitantes del cráter se niegan a irse.

Tomamos un café al borde del abismo y después decidimos viajar a Mitad del Mundo. Cuando regresamos al taxi, el conductor nos preguntó si ya visitamos el museo. Al ver la clara interrogación pintada en nuestros rostros, él nos indicó una entrada en el recodo de la carretera que habíamos pasado completamente por alto, pendientes de la llegada al volcán. Al traspasar las puertas, una indígena vestida a la usanza nos cobró tres dólares por cabeza por la entrada. La misma incluía un té de coca y una visita guiada por el museo.

El Templo del Sol

 

Entrada Templo del Sol

A pesar de que a lo lejos lo primero que se ve es el templo, lo que llama la atención al entrar al predio son escaleras en forma de pirámide que dominan la montaña. Sobre ellas, las esculturas de indígenas que otean el horizonte desde la cima inspiran respeto. La entrada al templo la guarda un gigantesco jaguar, quien parece vigilar a todo visitante, presto en cualquier momento lanzarse sobre el que sea enemigo. Detrás del templo, la pirámide se transforma en una larga y suave escalera, siguiendo el contorno de la montaña, igualmente guardada a lado y lado por esculturas de indígenas.

Ya adentro, la impresión es encontrarse de verdad en una pirámide indígena de la antigüedad. Los adornos, bajorrelieves y altorrelieves de los muros parecen indicar que el artista no hace poco había dejado a un lado el cincel y el martillo al finalizar su obra. Las bajas luces realzan el efecto.

Escultura de jaguar a la entrada del Templo

El centro del templo es una gran chimenea con una claraboya en el techo (a la altura de un cuarto piso) que permitía el paso de la luz a un pozo de poca profundidad, desde el que sobresalía un asta adornada con un sol indígena gigantesco. Al principio pensamos que era simplemente una escultura más de las que adornaban el museo, pero más tarde nos sacarían de nuestro error.

El segundo piso es una sala de exposición permanente, donde en el momento habría varías decenas cuadros, y una treintena de esculturas en piedra. Un cartel anunciaba que el autor de las pinturas y esculturas era Cristóbal Ortega Maila y que la colección de esculturas se llamaba “Colección de Héroes Milenarios 2012”, dedicada a los Héroes de la Resistencia Indígena del Tahuantinsuyo, quienes “lucharon y ofrendaron sus vidas al defender a su comunidad de la insaciable codicia extranjera”.

Escalera posterior con esculturas

Recorrimos el templo desde arriba hacia abajo (aunque el recorrido hay que hacerlo precisamente al revés), hasta que llegamos al pozo desde el que sobresalía el asta adornada con el sol. De una habitación lateral cuya entrada estaba semioculta por un altar de la antigüedad, salió un hombre bajo, vestido de jeans, camisa blanca y sombrero tradicional, y preguntó si alguien nos había atendido. En ese momento éramos entre diez y quince personas en el lugar, pero no contábamos con ningún guía. Entonces, el hombre nos indicó que lo siguiéramos hasta el pozo y el asta que sobresalía de éste, y comenzó a explicar lo que veíamos.

El asta que sobresale del pozo es un reloj solar. Ubicado exactamente en la latitud 0o0’0”, permitía con la precisión de un reloj electrónico determinar los equinoccios. Los indígenas habían descubierto su funcionamiento y lo aplicaban para las cosechas y determinar las épocas del año en que se encontraban. El movimiento del Sol era algo imprescindible para ellos.

Altar dentro del Templo del Sol

Después, el hombre dirigió nuestra atención a un altar, ubicado a unos tres metros del centro del pozo. Sobre el altar de piedra alguien había insertado un clavo y el sombrero de éste sobresalía en la cima. El hombre cogió un huevo de gallina y, después de unos cuantos segundos de tensión, logró acomodarlo sobre el sombrero del calvo en perfecto equilibrio.

Las fuerzas magnéticas golpean desde el norte y el sur y convergen sobre la línea que atraviesa este altar, pasa por el centro del reloj solar y cruza todo el templo. Estas energías permiten que este fenómeno suceda y el huevo pueda sostenerse sobre el clavo. La verdad es que yo alcancé a ver cáscaras de huevo en la base del altar, por lo que supuse que este experimento no siempre se coronaba en éxito.

Reloj Solar en el Templo del Sol

Estas energías, continuó el guía, son tan fuertes que pueden mantener un objeto pequeño que está en toda la mitad en equilibrio, pero no permiten que los objetos grandes lo mantengan. Por ejemplo, nos miró con picardía, el hombre está hecho el 75% de agua, ¿cierto? Estas fuerzas tienen un efecto sobre nosotros. Si alguno de ustedes quisiera caminar en línea recta por la latitud 0, con los ojos cerrados, le sería imposible mantener el equilibrio.

En seguida, el hombre nos retó a que recorriéramos los tres metros del altar al borde del pozo, siguiendo la línea indicada en el piso, con los ojos cerrados y sin perder el equilibrio. De todos los que participamos, ninguno logró completar el reto. Pareciera como si unas manos invisibles empujaban a los que lo intentaban por los lados. Era gracioso ver como los turistas (uno de ellos, yo) se ladeaban en tierra firme y parecieran caer desde lo alto de una cuerda floja.

Huevo en equilibrio sobre un clavo en la Mitad del Mundo

Mientras tanto, el guía aprovechó para preguntar de dónde veníamos los que estábamos en el lugar. Resultó que había un grupo de venezolanos, cubanos, chinos, colombianos y un ruso.

De pronto, el hombre que nos atendía desapareció y fue reemplazado por un joven quien nos instó a ir a la cafetería del templo, donde el maestro Cristóbal Ortega Maila, el hombre que sostiene el Guiness Record de Pintor más veloz del mundo (pintó 100 cuadros en una hora, de acuerdo al joven) nos haría el honor de compartir su trabajo y pintaría un cuadro.

El pintor más veloz del mundo

El joven nos llevó hasta la cafetería del templo. Estaba ubicada fuera, al borde de la gigantesca escalera en forma de pirámide (¿o pirámide en forma de escalera?). Los quince turistas nos ubicamos sin problemas en la misma. En seguida, pasó una señorita repartiendo té de hoja de coca, en sendos vasos de madera. La infusión era buena, pero no resaltaba en nada particular.

Después, la misma niña pasó con una bandeja, repartiendo empanadas hechas con hoja de coca. Nos presentó la bandeja e invitó a que siguiéramos. Una vez tomamos las empanadas, nos informó que son dos dolarcitos por cada una. Ya las habíamos cogido, así que no quedaba otra opción que pagar. El té estaba incluido en el tiquete, las empanadas – no.

Caminando por la Latidud Cero

A la cabeza de la sala estaba un caballete con un lienzo y a su lado una mesa en la que alguien deliberadamente había regado pintura. Este detalle me sorprendió, ya que esperaba ver una paleta. Un rato después salió el joven, en compañía del hombre que nos había atendido dentro del templo. Resulto que ese hombre era el maestro Cristóbal Ortega Maila.

El maestro comenzó a pintar las manos como el pincel y la mesa (en la que estaba regada la pintura) como paleta. Una experiencia única para un espectador (el video está al final del artículo). Cabe anotar el ambiente electrificante que se sentía en la sala. Una sensación mágica: ver a un creador en pleno proceso de creación. Al finalizar, una salva de aplausos fue la recompensa para el maestro Ortega. Después, una interminable sesión de fotos con los turistas (me incluyo), queriendo un recuerdo del maestro al lado de su obra recién creada.

Uno de los turistas venezolanos preguntó al maestro en cuánto vendía la pintura. En mil dolarcitos, respondió Ortega. Después nos miró con picardía, untó uno de sus dedos de la mano derecha en pintura blanca y firmó el cuadro. Ahora vale cinco mil, nos informó con aplomo y toda la sala comenzó a reír, apreciando el buen humor del artista.

Con el maestro Cristobal Ortega

En seguida, Ortega nos invitó a participar en una rifa. El premio: el cuadro que recién había pintado. El costo de la boleta era de cinco dólares y la mayoría de los presentes compró una. Algunos llegaron a comprar dos o tres. Yo también participé con una boleta. Las condiciones eran sencillas: todas las boletas estaban en un recipiente. Un niño del público fue el seleccionado para elegir. Pero la condición fue que la tercer boleta en ser seleccionada era la ganadora.

Yo fui… el segundo en salir, por lo que perdí la oportunidad. El ganador fue el venezolano que había preguntado en broma por el valor del cuadro. En ese momento decidimos partir. Nuestro siguiente destino era Mitad del Mundo y después el teleférico...

Pero esa es una historia para otra ocasión.

Noviembre 13 de 2014

 

 

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