Mucho se ha hablado de la influencia negativa de los medios de información sobre el público. Se les ha responsabilizado de la decadencia de la sociedad, la sensación de desasosiego que prima entre su público, así como la violencia y las tendencias suicidas que se manifiestan cada vez más entre la población juvenil del planeta.

Igualmente, el dedo acusador de algunos psicólogos y filósofos ha señalado que el enfoque negativo, farandulero y netamente comercial de los medios de información transformó a la sociedad en una masa deprimida, desinteresada por lo que ocurre a su alrededor, sin fe en un futuro mejor y muerta de miedo gracias a conceptos efímeros que le han embutido en la cabeza y que no logra entender; así como por las imágenes de dos o tres actos violentos ampliados a más no poder y mostrados desde todos las ángulos posibles.

Todo eso es cierto. Los medios de información tienen gran parte de la responsabilidad en la situación de la sociedad moderna, así como las sensaciones de depresión, abandono y miedo en que está sumida la humanidad. Pero más que en los medios de información, la responsabilidad reposa en los dueños de los mismos, quienes son sólo mercaderes, sin interés en la sociedad y el impacto que genera en ella el tipo de información que emiten, preocupados sólo por el lucro económico que concebirá la información suministrada (sea esta noticia, deportes, farándula, opinión, etc.), independientemente del medio que se utilice para difundirla (televisión, radio, cine, periódico, revista, internet, etc.).

Cuando estudiaba periodismo, los medios de información estaban en plena fase final de la metástasis  de ser un servicio para el público a un ente comercial cuyo fin primario (y me atrevería a afirmar único) es el enriquecimiento.  “La sangre vende”, “Las tetas venden”, “Los deportes venden”, eran las bases que nos inculcaban de forma subliminal, mientras definían la fórmula perfecta para manipular a los televidentes, oyentes o lectores. El fin ya no era informar, sino vender. Poco a poco, los periodistas fueron mutando de informadores e investigadores a vendedores y analistas de mercado.

Durante este proceso, diversos “pensadores” intentaban justificar la abominación que se estaba formando, inventando términos, denominaciones, regulaciones y descargos a esta nueva forma de “hacer periodismo”. Entre los términos que más me sorprendieron está el “clima de opinión” (cuyo abuelo se considera nada más que Joseph Goebbels), el cual justificaba mostrar la noticia de tal forma  para que su efecto en el público fuese acorde con los intereses (políticos o económicos) del medio informativo o su dueño. Las consecuencias de este manejo poco ético de la información se vieron cuando los políticos esgrimieron las estadísticas realizadas de acuerdo con el “clima de opinión” para escudarse ante la evidente irregularidad de sus acciones.

En este momento, la información ya había pasado a ser mercancía. Una mercancía que era (y sigue siendo) bien pagada por los interesados en presentarla a la masa (léase público), quien – a la hora de la verdad – es el consumidor final, a quien esta información está dirigida. El problema comenzó a sentirse, cuando esta mercancía se convirtió en veneno, que comenzó a dejar secuelas en la psiquis de la sociedad, manifestándose mediante rebeliones, depresiones, depravaciones, suicidios y miedo, miedo y más miedo…

Lo que los pensadores y defensores del “nuevo periodismo” dejaron pasar por alto en el afán de justificar su sueldo y besar el trasero a los políticos y dueños de los medios, es que la falta de ética se sentiría entre la población de forma sublime, generando al principio una sensación de impotencia y luego de inseguridad ya que todos saben que los están engañando, pero se sienten incapaces de hacer algo al respecto. Si se compara este sistema con la propaganda totalitarista (comunista, socialista, nazista y fascista), hay poca diferencia ya que se priva sutilmente al “consumidor final” (público) de la libertad de acceder a una información verídica, no manipulada; mientras se le obliga a realizar actos que, de presentarse la información de forma correcta, el público no haría.

Después el miedo surge de manera sutil, por el constante bombardeo de:

  1. Información negativa en los noticieros, donde en un 90% lo malo es noticia, como si nada bueno existiera en este mundo, generando la sensación de soledad y miedo “a los que no son como yo”.
  2. La relevancia de los bufones modernos (dirigentes de shows de televisión, informadores deportivos y faranduleros, políticos de turno y deportistas escandalosos de conducta dudosa), generando sensación de fracaso y miedo ante “la incapacidad” de “ser como ellos”, además de la envidia, ya que sólo ellos “tienen la verdad porque son famosos” y la opinión de otros no vale nada y por ende “es falsa”.
  3. Unos pocos “cuerpos perfectos” que a la hora de la verdad no pertenecen al estándar de la humanidad, pero que generan sensación de inseguridad, insatisfacción, rechazo y odio a su propio cuerpo (además de un sinfín de consecuencias y comportamientos psicológicos).
  4. La falsa sensación de que el dinero es lo principal en esta vida y se vale todo para conseguirlo, generando una constante insuficiencia con lo que se tiene y lo que se es, impulsando a la gente (sin una verdadera necesidad) a conseguir más de lo que en verdad necesita.
  5. Calificativos y adjetivos negativos, consumistas, atinados al morbo y la exaltación de lo prohibido, lo que pone en contraste y conflicto moral interno al televidente, lector, oyente y/o espectador de los medios, derivando en problemas psicológicos y destrucción de la educación familiar recibida.

Y todo lo anterior se vale, ya que es una estrategia de mercadeo y el fin del “periodismo moderno” es única y exclusivamente vender. La información es un producto de mercado y cualquier “profesional de periodismo”, está en la obligación de no sólo vender este producto, sino crear adictos al mismo, mediante picos emotivos, frases inseguras, alusión al terror, comparaciones perversas del ego interior con la sociedad calificada como “perfecta” por el mismo “periodista”, etc.

La inseguridad, el miedo, el complejo de inferioridad y la promoción y adicción a actividades destructivas en la vida real (sin hablar de la idolatrización de personajes y comportamientos negativos) del público a través de los diferentes medios de información ha desembocado en la pérdida de identificación individual, sentido común, capacidad de raciocinio, auto valoración y seguridad y confianza en el prójimo.

En otras palabras: los medios de información se han convertido en comercializadores de droga y las estrategias para crear mayor cantidad de adictos a la información basura ya no tiene ética y pudor.

Se hace, se muestra y se transgrede lo que sea por “vender” la información... cualquier tipo de información.

Así que la destrucción del núcleo familiar, la inversión y pérdida de valores morales y éticos, la sensación de inseguridad y miedo, la desolación,  la desesperanza, la sensación de pérdida de rumbo en la vida y la certeza de un futuro negro nacen precisamente en los medios de información.

Los “nuevos periodistas” lo saben y son cínicos al respecto:

  • Vestidos con trajes de etiqueta, de cuerpos perfectos y caras rebosantes de salud, belleza y alegría, hablan de pobreza, fealdad, tristeza y soledad.
  • Con cara de incredulidad se preguntan sobre el aumento de la violencia en la población infantil y adolescente y al mismo tiempo invitan a esa misma población a ver “Los sapos de la mafia”, “Sin tetas no hay paraíso”, “Rosario tijeras” y tantas otras “obras” más.
  • Las plumas certeras de los columnistas modernos destrozan sin piedad a aquellos personajes que han perdido su influencia política y económica, pero no se atreven a decir palabra sobre los que aun sostienen el poder. A pesar de saber con certeza la verdad, prefieren callarla y engañar a su público.
  • Hablan sobre cuidar la salud y promocionan la vida sana y al mismo tiempo invitan al público a consumir comida chatarra y a una vida sedentaria frente al televisor.
  • Gritan al público “eres libre”… de hacer lo que los medios te digan que hagas.

¿Qué es lo que se puede hacer para dejar a un lado esta adicción que nos ofrecen en bandeja de plata todos los días, por todos los medios posibles?

Hace varios años evito el televisor y miro únicamente programas como Animal Planet. Hace varios años intento no leer el periódico y me limito a ojear los titulares, seguro de que el relleno no va a cambiar (y nunca cambia). Tampoco escucho la radio. ¿Cuántos de los que leen este artículo serán capaces de hacer lo mismo?

Dejar de seguir a los medios de información implica alejarse de la reglamentación de la sociedad moderna. Convertirse paulatinamente en la oveja negra en las reuniones sociales, donde al no tener de qué hablar, y para justificar el tiempo desperdiciado, salen a relucir las preguntas como: “Vio el capítulo de…”, “Se vio el partido de…”, “Supo lo de la cantante…”, “Y es que esos políticos son…”, “Leyó las declaraciones de…”, “Fue al concierto de…”, etc. Situaciones que reproducen lo visto en los medios, para justificar una relación superficial con amigos igualmente superficiales, aparentando seguridad y conocimiento, por puro miedo al rechazo.

Dejar de seguir a los medios de información implica recuperar la libertad y obtener independencia, que nuestra generación más joven desconoce por completo.

Dejar de seguir a los medios de información implica utilizar de nuevo la materia gris y pensar por nosotros mismos.

Dejar de seguir a los medios de información implica dejar de consumir la droga del espectáculo y el morbo; el miedo y la adrenalina; el complejo de inferioridad y soledad.

Dejar de seguir a los medios de información implica ver el mundo como realmente es, y no a través de los ojos de un tercero, quien se lo presenta como a él le interesa que usted lo asuma.

¿Serás capaz de cambiar tú mismo para cambiar el mundo?

Mayo 13 de 2011

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