Navegando entre el mar de letras que gotean por la pantalla de mi ordenador, me pierdo entre el sinfín de titulares e imágenes triviales y llamativas. La guerra de la información se desarrolla ante mis ojos, llevada a cabo por los soldados de primera línea: los periodistas.

Detrás de cada letra hay un ser de carne y hueso. Un él o ella que estudiaron durante cinco años una profesión que supuestamente les daría un nombre y un sueldo con el que podrían sostener una familia. Seres humanos con los mismos sueños que cada uno de aquellos que leemos el periódico, blog o foro día a día. Ese él o ella fueron los que redactaron el artículo, reportaje, crónica o noticia que leemos, sin preocuparnos de conocer al autor del mismo.

Es más… lo triste es que en la mayoría de los periódicos y revistas, el autor del artículo es desconocido. Su nombre no aparece al pie del título o después del punto final. Es como si la información apareciese por arte de magia, editada y redactada; lista para imprimir.

Lo cierto es que detrás del texto hay toda una historia que bien podría ser noticia por sí misma. Él o ella, ya sea por aviso o azar, fueron destinados a conocer los esbozos de un suceso que los llevó a investigar y ahondar en las profundidades de la burocracia y politiquería, que más adelante se convertiría en la revelación de una verdad que cambió la historia del país… O quizás simplemente fue una foto… una simple foto que narró sin palabras toda la historia de un momento… Tal vez un accidente… una tragedia… un éxito… un logro… En fin, tantas posibilidades que ocurren a ese él o ella en un día…

Después de recorrer el sitio de los hechos, de buscar y entrevistar testigos, reunir información documental, grabar testimonios, consultar estadísticas y recopilar información gráfica, él o ella corren a la oficina, a la sala de edición, donde disponen de poco tiempo para armar el rompecabezas.

El editor está encima del periodista, resoplando furiosamente, recordando constantemente que el cierre de la edición es en media hora y si él o ella no terminan, hay toda una fila de desempleados que gustosamente ocuparían su puesto, por la mitad del salario… El alarido histérico del editor gráfico se oye desde el otro lado del edificio: el material no es bueno según su criterio. El pobre periodista, al borde del llanto, deja a un lado los testimonios para buscar en el archivo gráfico algo que le de gusto al editor. Después, de regreso a la grabadora, ya que hay buscar en hora y media de testimonios dos o tres frases cortas que expliquen la magnitud del suceso y su importancia para el lector.

Las estadísticas, afortunadamente, ya están listas (bendito sea el Internet). Las frases de los testigos han sido encontradas y el material gráfico parece agradar al editor. Las fuentes oficiales han emitido su declaración y ahora sólo queda acomodar las piezas de tal forma que sea una noticia de media página.

Después de una hora de trabajo, el artículo está redactado y, con un suspiro de alivio, él o ella entregan el texto al editor. Pero, para su sorpresa, el editor grita, voz en cuello, que el departamento comercial le recortó la media página a tres cuartos. Él o ella, resignados, regresan al escritorio para editar el texto…

Nuevamente, él o ella entregan el material al editor, pero él ahora está el triple de furioso. El departamento comercial acaba de informar que el espacio para la nota aumentó a tres cuartos de página, ya que dos clientes importantes anularon la orden de publicidad… Él o ella aprietan los dientes y regresan al escritorio para redactar de nuevo el mismo artículo, esta vez aumentado el tamaño…

Y esta historia se puede repetir hasta las diez, once, doce de la noche, o hasta que el editor y el departamento comercial le den el visto bueno tanto al espacio, como al contenido…

La mañana siguiente, mientras él o ella de nuevo están en la calle, buscando testigos, testimonios, fotografías y estadísticas para informar con claridad los sucesos del día, la ciudad, nación o mundo leen en dos minutos el artículo que él o ella escribió ayer, sin siquiera darse cuenta que debajo del titular no hay nombre alguno…

Marzo 22 de 2010

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