VI

El tiempo transcurrió con irritante lentitud. Mis heridas sanaron, pero la de la espalda seguía molestándome un poco. Tal y como nos dijo Xillen, no hubo enfrentamientos. Los Maestros se tomaban su tiempo para decidir y, a decir verdad, no me importaba mucho. Estaba disfrutando de este merecido descanso.

Nos trasladamos de nuevo al pueblo de Xillen. El castillo fue defendido y nosotros éramos los ganadores. Una nueva época nos esperaba así como una nueva batalla que enfrentar. Pero por ahora, nuestra primera intención era descansar tanto física, como emocionalmente.

Después de todo, Miguel y yo, desoyendo los consejos de Xillen, regresamos al apartamento de Andrés. Fue un horrible espectáculo. Afortunadamente, las heridas recibidas en el mundo de Xillen no se manifestaron en su cuerpo de la misma manera. Tenía el brazo partido igual que el cuello.

Ambos lloramos en silencio sobre el cuerpo de nuestro amigo. No hubo ni gritos, ni lamentaciones, ni palabras de despedida. Tan sólo lágrimas. Lágrimas silenciosas salían de nuestros ojos, para deslizarse por las mejillas y caer al suelo. Llorábamos a nuestro compañero de armas, a nuestro amigo, a nuestro camarada; llorábamos a un guardián. Supongo que también desahogábamos toda la tensión acumulada en el mundo de Xillen. El miedo que no podíamos mostrar en el campo de batalla, se desquitaba con nosotros aquí. En este mundo no había magia ni presentimientos. Tan sólo la cruda realidad de la vida nos envolvía por completo, impidiéndonos respirar. No sabíamos lo que nos deparaba el futuro en este mundo.

No resistimos mucho en aquel lugar. En silencio, salimos del apartamento y, a pesar de que era de noche y el barrio peligroso, nos dirigimos cada quién a su casa. A decir verdad, no nos preocupaban tanto los peligros de la ciudad. Después de los años vividos en medio de campañas y muerte, hasta nos haría un favor el ocasional atracador que nos matara de una puñalada y nos libraría de una vez por todas de esta carga. Pero sabía que esto no sería posible. Sabía que los Maestros velarían por nuestro bienestar. Simplemente porque nos necesitaban... Era una triste conclusión  y también dolorosa, pero era la verdad absoluta.

 


 

Cuando regresamos al mundo de Xillen, ella nos recibió más alegre. Parecía como si también había aprendido que el tiempo cura las heridas. Y es cierto, las cura, pero siempre deja profundas y horribles cicatrices. Aprendió que la vida tenía que continuar sin importar nada más. Ese era el lema de nosotros, los hombres: “La vida tiene que continuar”. No importa si algo pasaba, si tu familia moría, si perdías las piernas, si te daba cáncer; nada importaba porque “La vida tiene que continuar”. Aprendimos que la vida continuaría en su constante girar sin importar que algo le ocurriese a alguno de nosotros. Si moríamos, bueno... La vida continuaría, ¿no es cierto?

El desarrollo urbano del pueblo avanzó con velocidad en nuestra ausencia. Entrábamos en una nueva época y eso quería decir que el siguiente combate se acercaba. Mi cuerpo todavía no estaba completamente recuperado.

Más el tiempo pasaba sin contemplaciones y los Maestros tardaban en llegar a una decisión. Miguel se volvió taciturno y esquivo. Trataba de evitarnos y se perdía durante semanas en el bosque. Cuando regresaba, se encontraba cansado hasta el agotamiento, sucio y con las ropas rasgadas y en ocasiones cubiertas de sangre. Cuando intentamos averiguar lo que hacía, respondió con un: “Qué les importa” y después de asearse un poco y descansar un día, se internó de nuevo en el bosque. Con seguridad él se culpaba de la muerte de Andrés. En una ocasión intentó compartir conmigo sus pensamientos, pero su ego lo detuvo en medio de una palabra y se retiró. Yo intuía que no se perdonaba que Andrés, lastimado como estaba, saliera encabezando un grupo de exploración y fuera capturado. Intentaba encontrar la expiación en la soledad del bosque, haciendo sólo Dios sabe qué cosas, pero no la hallaba aun. En cambio, su odio hacia Heitter crecía cada vez más y más.

Xillen tampoco salió bien librada del último encuentro. Nunca pensé en el problema que representaría para ella encariñarse con nosotros y la muerte de Andrés era el primer golpe serio que le propinaba su título de guardián. Ella, aunque no intentaba evitarnos, también se mostraba taciturna y pensativa. Ni siquiera me planteó de nuevo su intención de ir a nuestro mundo. Con seguridad, ahora analizaba los pros y contras de lo aprendido, para llegar a la conclusión si ir o no. Sabía que quería ir, pero después de lo experimentado, por fin entendió el peligro que representaría a su imparcialidad un viaje de este tipo.

Yo, en cambio, me mantenía tranquilo y con la mente despejada. También aprovechaba y disfrutaba de los momentos de soledad, pero nunca evitaba a mis compañeros de armas. A pesar de que me dolía la muerte de Andrés, mi corazón estaba tranquilo. Hice lo posible para salvarlo. Aunque también odiaba a Heitter, lo hacía de una manera diferente a Miguel. Él lo odiaba por traicionarnos. Por traicionar la confianza que se le tenía. En cambio yo, lo odiaba como al mayor de mis enemigos. Si antes le tenía algún respeto, ahora lo perdí por completo y no me importaba en absoluto lo que me ocurriera. Simplemente me dedicaría a cumplir mi labor de guardián, sin colocar mi esfuerzo en capturar a Heitter. Si por casualidad me encontraba a él, lo mataría de la misma manera que lo haría con otro guardián enemigo, sin darle la mayor importancia. Me concentré en cumplir mi papel de guardián y nada más. Así que, recordando el viejo consejo de Xillen, me dedicaba a disfrutar de los momentos de tranquilidad y reposo. Ayudaba a los pueblerinos y campesinos. Todos los días dedicaba una hora al entrenamiento físico y otra al manejo de las armas. El resto del tiempo lo empeñaba en proporcionar ayuda al que me lo pedía y, si nadie necesitaba de mi colaboración, iba al bosque a cazar.

Más el tiempo transcurría y el descanso llegaba a su fin. Un día Xillen entró a nuestros aposentos y, luego de tomar asiento, nos invitó a que hiciéramos lo mismo. Tanto Miguel como yo obedecimos sus indicaciones. La cara de Xillen reflejaba la gravedad del asunto que quería plantear y ambos le hicimos caso sin rechistar.

— Bueno, amigos míos. — Comenzó Xillen. — La hora del juicio se encuentra próxima y ha sido la decisión de los Maestros, el que los guardianes de ambos bandos sean los que decidan la suerte que ha de correr nuestro enemigo común.

Ninguno mostró sorpresa. De alguna manera sabíamos que así sería y sólo esperábamos el momento en el que nos lo dirían.

— Este debate tendrá lugar en la sala de baile del castillo que ahora se eleva en la punta de la montaña que se interpone entre el valle y este pueblo. Tan sólo los guardianes asistiremos a esta deliberación y yo actuaré como representante del grupo, para llevar nuestra decisión conjunta... — Hizo una pausa intencional en esa palabra, mirando a Miguel directamente a los ojos, — ...a los Maestros. — Terminó.

— ¿Cuándo comienza el juicio? — Preguntó Miguel, sin ocultar la ironía que le imprimía a las palabras.

— A partir de mañana, amigos míos, al castillo seremos confinados. Quiero recordaros que seremos diez guardianes que por el momento una misma meta tienen, que es la de imponer un castigo severo a un desertor. — Se detuvo y nos miró uno a uno con intención.

— En pocas palabras, Xillen, hacemos de cuenta que son nuestros amigos por el momento. — Ironizó Miguel.

— Sí.

— Se puede hacer. — Puntualizó él.

— Además, — añadí, — podemos sacar ventaja de esto. Al menos conoceremos a los demás guardianes enemigos. Ellos nos conocen, después de nuestra incursión. Nosotros no.

— Es cierto, amigo mío. De esta forma, la ventaja que ellos tienen sobre nosotros en este campo, será disminuida.

— Bueno, — dijo Miguel después de una pausa general. — ¿Quién quiere una copa de vino?

Todos respondimos con una afirmación.

Comparte este artículo

No hay comentarios

Deje su comentario

En respuesta a Some User