III

Al entrar en el consultorio, el viejo nos miró de arriba abajo y, con una sonrisa mordaz, trató de confirmar la frase con la que nos despidió en la última ocasión:

— Ya decía que no todos volverían...

— Está muy equivocado... doctor. — Miguel se comportaba demasiado cáustico para mi gusto y con un codazo le indiqué que tuviera más cuidado con la boca. Me miro de hito en hito y de pronto estalló. — ¡Ya no quiero seguir con esta farsa! — Encaró al viejo. — ¿Quién demonios es usted?

— Yo soy quién soy. — El viejo se levantó del sillón para encarar a Miguel y, aunque le faltaba estatura, la expresión de su cuerpo lo hacía ver más alto que nuestro amigo, a pesar de que éste le llevaba más de una cabeza. — Soy algo así como un mensajero o un reclutador. Ustedes escojan cómo quieren definirme. Y aunque entiendo perfectamente el comportamiento suyo hacia mi persona, yo no soy importante. Ustedes lo son. — Nos miró atentamente. — El motivo, los que van a participar en la sesión de hoy, lo averiguarán.

Miguel no supo que responder y cerró la boca, pero el color tomate de su rostro reflejaba muy bien que aun no lograba controlar la ira que sentía.

— Pero nuestro amigo no puede, pues se encuentra muy enfermo. — JJ, por alguna extraña razón, prefirió ocultar la verdadera enfermedad de Andrés.

— Eso no importa. Ustedes ya han sido iniciados y en el momento en que a alguno de ustedes se le requiera, será llamado. Mi presencia es sólo importante ahora. Todavía no están listos para realizar las cosas por ustedes mismos. — A mí me aterrorizó la fuerza que le imprimió a la palabra “cosas”, así como el significado que abarcaba. El psicólogo se acomodó las gafas, que se habían deslizado de nuevo, a la punta de su nariz, como siguiendo un ritual. — Sin embargo, estoy autorizado a intervenir, para ayudar en casos de extrema urgencia y el hecho de que su amigo quiera participar, me permite ayudarle. Mientras ustedes no tomen una decisión, se les considerará aptos. — Ahora sonaba como un reclutador verdadero y, a partir de ese momento, dejó de ser ante mis ojos un simple psicólogo y pasó a ser algo más. Ese algo, con lo que yo viviría por el resto de mi vida. — ¿Alguna pregunta, antes de empezar?

Nos mantuvimos callados. Incluso el imperativo de Miguel atinó, en esta ocasión, a mantener cerrada su bocota. Pero lo extraño era el comportamiento de Heitter, quien no pronunciaba una sola palabra, desde el momento en que entramos en el consultorio. Parecía ensimismado. Pero un rato más tarde, todo eso dejó de importar.

Habíamos iniciado otro viaje.


 

De nuevo la misma sensación. De nuevo la luz que salió a mi encuentro y me atrajo hacia sí, con la fuerza contenida del universo. ¿O era de toda la eternidad? No importaba. Todo dejó de importar, a excepción del bienestar. El bienestar que me envolvía de nuevo me obligaba a descansar y dejarme llevar…

Dejarme llevar...

Esta vez hubo una diferencia. La luz no me abandonó en la oscuridad, como la vez anterior. Me condujo hasta mi anterior sitio de reposo. Hasta mi recargador personal, — pensé, y un asomo de sonrisa cruzó por mis labios. Los miedos y preocupaciones del viaje anterior desaparecieron. Ya sabía lo que ocurría y simplemente me contenté con dejar penetrar apaciblemente esa paz en mi interior. Cuando la atracción de la luz me abandonó, me encontraba en el mismo lugar. La nada absoluta me rodeaba y sentía la presencia de otros seres que me observaban. Esta vez no tuve la necesidad de preguntar. Con sólo mirar detenidamente a los lados, distinguí a mis amigos. Y, extrañamente, Andrés se encontraba con nosotros. No quise averiguar, en ese momento, cómo logró llegar. ¡Por todos los diablos, estaba en un hospital y no existía manera posible de trasladarse hasta este lugar! Y entonces recordé lo dicho por el viejo.

— Sed bienvenidos. — La voz retumbó en mi conciencia. Era el mismo ente que nos recibió la vez anterior. — Me complace ver que vosotros decidierais regresar. Como os expuso nuestro enviado, tenéis la posibilidad de elegir. Pero os advierto que la decisión será tomada luego de lo que oiréis hoy. No en el instante preciso del final de mi relato, pero sí en la siguiente ocasión en que os vuelva a ver. Si alguno de vosotros llegase a faltar en nuestro próximo encuentro, su ausencia será tomada como una negativa y será excluido.

— ¿Excluido, de qué? — Preguntó tímidamente Heitter y, a juzgar por la entonación y su comportamiento en el consultorio del psicólogo, llegué a la conclusión de que internamente decidió renunciar mucho antes de escuchar lo que ese ser, que se encontraba frente a nosotros, quería comunicarnos.

— Ahora lo veréis. — El ser hizo una pausa y después de verificar que todos y cada uno de nosotros le estábamos prestando toda nuestra atención, continuó con el relato. — Vosotros os preguntáis, ¿cómo se desarrollan dichas conflagraciones? La respuesta hela aquí: aunque para vuestro cuerpo mortal, el tiempo transcurrido en un enfrentamiento de esos no es más que unos cuantos minutos, en realidad, vuestra mente y vuestra alma dispondrán del tiempo necesario para librarlas. Con ello digo que vosotros sentiréis y viviréis el tiempo necesario, mientras perdure la conflagración, aunque ello lleve miles de años. El tiempo no es importante, vuestro cuerpo no sentirá diferencia alguna. Para vuestro tiempo mortal, transcurrirán unos pocos minutos, cuando en realidad pasarán miles o millones de años. — El ser hizo una pausa y mentalmente se lo agradecí. Necesitaba “el tiempo”, para encontrar una luz en esa enredada explicación.

Miré alrededor. Mis amigos se encontraban también en una pelea interna. Era curioso, pero en aquel sitio, veía toda lucha, cuestionamiento o pensamiento con el que estuviesen combatiendo mis amigos.

Después de concedernos ese pequeño descanso, el ser continuó con su inenarrable narración. — En este momento ya existen diez guardianes pelando en una de las batallas. Y aunque no existe un límite para la participación de los guardianes en las contiendas, siempre pocos son los presentados. Si vosotros aceptáis ser uno, no os asombréis si no veis otros humanos. Como ya os expuse antes, la vida no relega su existencia únicamente al planeta Tierra. La vida está en muchos Universos... Pero me salgo del tema... Al combatir, aunque sea en vuestro estado mental, sentiréis dolor y penurias, como si estuvierais en vuestro cuerpo. Si os hieren, sangraréis. Y si os matan... — El ser dejó la frase en suspenso.

—...Moriremos. — Terminó la frase Andrés, muy a pesar mío. — Pero si la batalla es mental, al morir uno de los guardianes, ¿qué ocurrirá con el cuerpo?

— Vuestro cuerpo condenado será a morir, al no tener alma. Mientras el cuerpo ocupado por el alma está, vivirá. De otra manera, morirá...

— Un momento. — Heitter por fin salió de su autismo y decidió participar en la conversación. — Un momento. ¿Por qué diablos está usted hablando de nosotros? Está asumiendo que ya aceptamos ser guardianes y no es así.

— Al hablar de vosotros, nombro a todos los guardianes. No sólo a los cinco presentes. Y aunque vosotros ya sois guardianes, tenéis el derecho de elegir si pelearéis las batallas o si os arrepentiréis. Lo único que queda por deciros, es que al pelearse dichas batallas, el conocimiento que adquiráis no os será negado a su regreso corporal…

— Eso, si regresamos. — Interrumpió Heitter, sarcástico. Definitivamente, había tomado una decisión y, si no me equivocaba, quería influenciarnos a nosotros para que lo siguiéramos.

— Eso, si regresáis. — Remató, con un fuerte acento, el ser. — Como ya os expuse, todo depende de vosotros. Y ahora, la decisión es vuestra. Si el bien o el mal triunfarán, reposa en vuestras manos y conciencia. Así que, la vez próxima en la que alguno de vosotros deseéis regresar, dará comienzo a la contienda y el futuro del universo descansará sobre los hombros de los guardianes. Tarea titánica es, y por ello os pido que si tenéis la mínima duda, no os presentéis, ya que para batallar, necesitáis un corazón tranquilo y  mente limpia. — Se interrumpió de repente y noté como existía algún misterio que él no quería o no podía revelarnos. Al parecer, detectó mis sospechas. — No todo se ha expuesto. No todo se es permitido daros a conocer. Lo que no se ha revelado, lo conoceréis por vosotros mismos, y lo interpretaréis por vuestros medios.

El silencio siguió a esas palabras. Bonita la carga que dejaba ese bastardo en nuestras manos. Nada más y nada menos que la responsabilidad de velar por TODO el Universo. Nosotros, que ni siquiera coordinábamos nuestras vidas. Y fuera de eso, manejar armas. La única arma que manejaba, era el cuchillo de cocina, y eso, tan sólo para cortar un pedazo de pan.

¡Dios!

Las dudas asaltaban mi cabeza y creo que en ese momento tomé la decisión de desertar. Mis amigos también se debatían entre terribles dudas. Una decisión, que determinaría el destino del Universo. Eso sólo se veía en las películas de ciencia ficción y ahora, esa ciencia ficción se convertía en una dolorosa realidad.

— De ahora en adelante, por ser vosotros los elegidos, podréis prescindir del enviado, para acceder a este sitio. Si lo deseareis, tendréis la facultad de ir y venir a vuestro gusto. No obstante, si alguno de vosotros no regresase la próxima ocasión, este menester le será revocado y el resto de su vida mortal la vivirá en paz y tranquilidad. Por ello decidid, ¿queréis vivir vuestra vida pacífica en su cuerpo mortal, y las vidas por venir, sin por ello arriesgaros a perder nada? O, ¿arriesgaríais todo por el bien o el mal del Universo?

La voz gradualmente se fue apagando y la oscuridad penetró de nuevo en nuestras mentes, obligándonos a regresar al consultorio. Regresar a nuestros cuerpos y, cuando por fin despertamos, el terror nos envolvió y sin siquiera despedirnos del psicólogo, salimos despavoridos del lugar.

Corriendo desesperados.

Corriendo, con una única meta: alejarse lo más posible de ese lugar. Olvidar todo lo que se nos dijo y regresar a nuestras vidas.

¿El Universo?

¡Que se joda el Universo!

No era posible que de nosotros cinco dependiese todo. El mismo ser lo había dicho: existían otros. ¡Que esos otros se encarguen de librar las batallas por nosotros!

Y corrimos…

Corrimos…

Huimos…

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