I

— ¿Está seguro de que ese desgraciado cayó desmayado y no muerto? — Preguntó JJ por enésima vez. Y yo, cansado, respondí afirmativamente. No entendía esa preocupación por la suerte del segundo atracador. El primero, asumía que estaba muerto. El segundo sobrevivió, pero eso ¿qué importancia tenía?

Los padres de Andrés se encontraban al fondo de la sala de espera. Al llegar, ambos me dieron las gracias por avisar y, después de contarles lo sucedido, las maldiciones y efusivos abrazos, como muestra de agradecimiento, no se hicieron esperar. Mis amigos estaban más cerca de la salida, temerosos de intervenir. Después de aclarar las dudas de los padres de Andrés, por fin pude reunirme con ellos y, luego de otra ronda de preguntas y aclaraciones, también sacaron ampollas al aire, lanzando juramentos y promesas de encontrar a ese desgraciado que quedó vivo y “terminar el trabajo”.

Me alejé de ellos y me mantuve en guardia, esperando salir al médico. Me sentía culpable por lo ocurrido. De no ser por mi acción, lo probable era que perderíamos el dinero y las cervezas, pero Andrés no recibiría una puñalada. Y, sumido en esas cavilaciones, esperé el resultado de la faena, fumando el último pitillo.

El médico salió y al principio no me reconoció entre toda esa gente que llenaba la sala. Su rostro resaltaba con un gesto cansino. Al ver esa cara, quedamos paralizados, esperando lo peor. Los padres de Andrés fueron los primeros en reaccionar y, prácticamente lanzándose sobre el desprevenido doctor, lo devoraron a punto de preguntas. Un momento después, respirábamos con tranquilidad al saber que “el paciente se encontraba estable y aunque el arma blanca intervino órganos delicados, en el momento se encontraba fuera de peligro”.

—...Por el momento. — Añadió pusilánime, recalcando la frase, pero nadie le prestó atención. Todo se convirtió en una efusiva muestra de felicidad y nos abrazamos. Algunos hasta lloramos, dando escape por fin a esa tensión, acumulada durante la espera. Después de permitirnos un tiempo que él estimó suficiente para demostrar nuestra dicha, nos comunicó que no era necesario que esperáramos más. Andrés yacía en recuperación y no hablaría con nadie hasta la mañana. Nos despedimos de los padres de Andrés, quienes hicieron oídos sordos a la sugerencia del médico y, con paso decidido, entraron en la habitación.

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